CHUCHO RUIZ, UN MARXISTA DE LA PINTURA.
Hablar de la historia de las artes plásticas en
el estado Falcón, es mencionar obligatoriamente a Jesús “Chucho” Ruiz, el
educador por excelencia, el mismo que dedicó toda la vida a la formación de nuevos
creadores en la Escuela de Artes Plásticas Tito Salas. Allí realizó sus
primeros estudios bajo la tutela del maestro Domingo Medinas, en la primera
promoción junto a Emilio Penique, Julio Camacho y Roberto Chirinos. Desde allí
comienza su larga carrera pedagógica, veinticinco años al frente de un aula –
taller por donde pasarían pintores y dibujantes de la talla de Nicasio Duno,
Adonay Duque, Romel Reyes, Henry Curiel,
Régulo Gutiérrez, Mario Marín, Fernando Molina, Alexis Sánchez, Nelson Ventura,
Douglas Rojas, José Luis Molina y Wilmer Gutiérrez entre otros.
Yo di mis primeros pasos en
este camino bajo su dirección, allá en la vieja escuela de la calle comercio,
Chucho era un profesor puntual, con un alto sentido del humor, recuerdo que se burlaba
de aquellos pintores que envenenaban sus cuadros con monturas barrocas, doradas
y extravagantes, “...no monten sus obras
con María Luisa...” nos decía muerto de la risa “…pónganle una que se llame Petra Thielen, Anacleta o Domitila
Gutiérrez…”. Algunas veces se asomaba al pasillo y si no veía a nadie, le
tocaba los senos a la Venus de Milo y le susurraba al oído, “...Mi amor te tengo olvidada...”.
No dejaba de hablar nunca,
siempre con doble sentido, una vez me insultó porque me había copiado un cuadro
que vi en la portada de una guía telefónica, enfadado me dijo, “…no vuelvas a hacer esa vaina, pinta tus
propias cosas, ejercita el dibujo con creyones…”, entonces me fajé a
dibujar, pero una cabra de ojos amarillos que estaba criando mi madre, entró al
cuarto y se comió mis dibujo, Chucho al escuchar mi historia sonrió a
carcajadas y exclamó “…la pintura tiene
que servir para algo…”.
A mitad de la clase, a eso de
las cuatro de la tarde venía un pequeño receso, comprábamos pan con mortadela y
comíamos mientras conversábamos, la comida fue su gran pasión, era un sibarita
empedernido que prácticamente se suicidó comiendo. En una parranda en el taller
del carpintero José Mora sufrió un ataque de hambre y al ver que no había nada
que comer, se encaramó en una silla y se comió una bola de graso de chivo que
los carpinteros usaban para tonificar los serruchos, más tarde contó que el
graso sabía a mortadela. Cuando cumplía año su esposa le compraba dos tortas,
una para él y otra para los invitados. Un primero de enero en una parranda de
guitarras en mi casa lo vi comerse un pernil el solo con toda la naturalidad
del mundo, luego durmió durante tres horas para luego reincorporarse a la
parranda. Una vez nos contó que durante su juventud había sido un combatiente
durante la guerra de guerrillas al comienzo de la década de los sesenta, fue atrapado por el ejército y
pagó cárcel en coro junto al mítico guerrillero Chema Saher.
Ambos fueron sometidos a brutales
interrogatorios y torturas, una camarada que se encargaba de llevarle la comida
diariamente más tarde se convertiría en su esposa, a su hermano lo lanzaron
vivo desde un helicóptero, jamás supieron de él.
El gobierno de Rafael Caldera
le permitió volver a la vida civil, eso sí, sin jamás abandonar su aptitud de
hombre de izquierda, allí fue donde lo conocí en la década del setenta,
recuerdo sus lienzos de grandes dimensiones y colores estridentes que me
llamaron profundamente la atención, temas fundamentados en el realismo social,
en el discurso contestatario y la temática de lo cotidiano, el caso del brutal
asesinato del niño Vegas Pérez, la lucha armada contra el gobierno de
Betancourt, la guerra de Vietnam, además de temas populares y costumbristas
como la señora que plancha, el vendedor de periódicos, el limpiabotas, los
buhoneros y su modelo favorito: Dochito el matador de cochinos.
Chucho Ruiz nunca fue un pintor
complaciente, jamás pintó la zona colonial para congratularse con los mantuanos
de Coro o con los turistas que tienen una falsa imagen de la ciudad, nunca
“caramelió” su obra para hacerla comercial. Salvaguardando su pintura, se
dedicó toda su vida a pintar vallas
publicitarias, era muy diestro pintando letras, símbolos y logotipos, con eso
logró mantener a su familia. Siempre asumió la pintura y la docencia como un
apostolado y esa aptitud es digna de admirar, una vez pintó a mi padre en su
oficio de trovador en una parranda de tangos y milongas, hizo el boceto con un
lápiz al vuelo, luego lo trasladó al óleo y tituló la obra “El guitarrista”,
esta imagen adorna la sala de la casa de su esposa en la Florida.
Cuando llegó la televisión a
color duraba horas mirando las comiquitas, decía estar impresionado por el
color y la luminosidad de las historietas. En la última etapa de su pintura dio
un vuelco hacia lo ecológico, buscando una respuesta a ese enfrentamiento ciego
entre el hombre y la naturaleza, hizo una serie de obras que tituló “Árboles
sangrantes”, recuerdo particularmente una que era una máquina devorando árboles
a capricho, entonces le dije que si no le preocupaba que la obra fuera más
literatura que cualquier otra cosa, entonces respondió enfático que toda obra
pictórica es forma más contenido.
Nunca se apartó de lo
figurativo, fue un pintor de formas concretas, colores saturados y pinceladas
gruesas y pastosas, los obreros sus personajes predilectos, se trata de un artista
que traduce el discurso marxista a la pintura. El último cuadro que pintó fue
un obrero caído del andamio con los ojos brotados en el aire, entonces murmuró:
“…es que no hay andamios lo
suficientemente fuertes para sostener a los obreros…”.
De forma extraña, la obra que
le da notoriedad a este pintor, fue una serie de bodegones semi-cubistas que lo
convierten en el primer falconiano orientado hacia este tipo de lenguaje
universal, allí radica su importancia como creador, sus bodegones se deslastran
de toda literatura discursiva para quedarse solamente con la pura plasticidad; una
plasticidad que se desnuda en un lenguaje semi-abstracto, poderoso y adelantado
para esa época, de allí su incomprensión. Esa obra reclama una nueva revisión
desde una óptica histórica que la revalorice.
De él aprendí el rigor de la
composición y el placer de pintar bodegones, lo recuerdo gordo y alegre,
caminando ida y vuelta hasta la vieja escuela de artes plásticas, pero este
ejercicio físico no le sirvió de mucho, su desordenada forma de comer le
produjo un accidente cardiovascular que lo dejó aturdido, Emilio Peniche y yo
fuimos a visitarlo a la casa hogar de Cumarebo, donde estaba recluido, esa fue
la última vez que lo vi., allí estaba en silla de ruedas, solo y triste como un
árbol del desierto, mirando aletargado el azul cobalto de la bahía, el vuelo de
los pelícanos y las grandes barcos que cruzan el mar de Las Antillas.
José Gotopo
05-04- 2012
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