sábado, 14 de junio de 2014

JUANCHO

              


               A JUAN ANTONIO CARRILLO mejor conocido como JUANCHO el bibliotecario, lo conocí una tarde calurosa a finales del año 1985, en el instituto NIÑOS CANTORES DEL ZULIA, donde también funcionaba la sede de la universidad CECILIO ACOSTA, una mezcla de arroz con mango que terminó por enfadar al cura OCANDO YAMARTE, porque los comunistas podían infectar a sus niños inocentes, hijos de la pureza del espíritu santo. Los alumnos de la universidad nos sentíamos asfixiados en un local prestado a regañadientes, donde los alumnos éramos vistos como una pareja de recién casados que vive en casa de los suegros bajo una amenaza de expulsión subliminal y constante.



          
          En ese ambiente conocí a JUANCHO, mis amigos me habían dicho que era un intelectual de altura por eso fui a la biblioteca y le pedí algún material sobre la escuela alemana de diseño LA BAUHAUS fundada por WALTER GROPIUS y cual es mi sorpresa, aquel hombre bajito, cabezón, de nariz chata era un catedrático del tema, le pregunté por qué sabía tanto sobre este asunto y me respondió que su hermano había estudiado arquitectura y que su papá y su hermana eran artistas. Inmediatamente surgió una empatía entre nosotros y comenzó una amistad que fue creciendo con los años, había una pasión común que nos conectaba, LA LECTURA DE LIBROS un oficio muy bien desempeñado por las personas de temperamento solitario, esa misma tarde me invito a tomar cervezas por allí cerca, en el solar de LUIS, un viejo manganzon blanco y gigante, atendía a los clientes en short y sin camisa, con unas chancletas de cuero y las canillas flaquitas, su casa estaba rodeada por una bella arboleda con caujiles, mangos y nisperos entre un cementerio de carros bellísimos de la década del cincuenta.

          En ese lugar éramos una fija los viernes por la tarde, un grupo de alumnos casi todos estalinistas y el JUANCHO que era el único adulto siempre irónico y haciendo chistes de nuestra forma romántica de ver el mundo, a veces de allí salíamos a recorrer los bares del mundo nocturno de MARACAIBO, por aquel entonces la delincuencia aun no se había apoderado de las calles. La vida de JUANCHO oscilaba entre los libros y la bohemia, éramos habitantes de la galaxia de GUTEMBERT, y en pandilla recorrimos los lupanares mas oscuros de la madrugada, era una especie de TOLOUSE LAUTRET del trópico, muy disciplinado y responsable en su trabajo y un anarquista nihilista en su vida personal, desordenado y antihorario, inalienable como nadie, no le daba valor a ningún objeto y defendió su independencia y su libertad hasta el último día de su vida, decía que su existencia podía resumirse en cuatro cosas elementales, libros, mujeres ocasionales, licor y cigarrillos. Había nacido en la ciudad de CÚCUTA y pasado su infancia en las montañas de PAMPLONA, comenzó a estudiar agronomía en la universidad de ANTIOQUIA en Medellín, pero a mitad de carrera se cambio para bibliotecología, oficio que le cayó como anillo al dedo. De su época universitaria siempre recordaba a los poetas NADAISTAS, su breve militancia en la izquierda, perteneció a un grupo MAOISTA donde también le dieron a conocer LA MARIHUANA sin llegar a desarrollar ningún apego hacia esta yerba sagrada.

         Un día contó que en medio de unos disturbios en la universidad los radicales habían quemado varios automóviles, entonces el ejército comenzó allanando varias residencias estudiantiles incluyendo la de JUANCHO, el dormía en pantaloneta en un colchón tirado en el piso y en eso entra una cuadrilla de soldados y dan la orden de que nadie se mueva y un comandante abre y revisa la nevera y lo que ve es tan sólo una jarra de agua, entonces comienza a tirarles billetes al aire y les dice: "Tomen hijos de puta para que compren leche y comida izquierdistas malparios", en eso el tipo mira a JUANCHO que tiene de cabecera un afiche del presidente chino MAO ZEDONG y lo relaciona con la cara redonda del acostado y dice el comandante: "Dígame esta marica que duerme aquí, se trae la foto de su mamá para que lo acompañe." 

          El papá de JUANCHO era un genio, de esos pocos artesanos medievales que aún quedaban por esta zona, trabajó mucho para la iglesia católica venezolana, el diseñó y construyó el SEMINARIO DEL MOJAN, y una serie de iglesias en los estados andinos, era un hombre de espíritu renacentista, lector voraz, arquitecto sin diploma, escultor, artesano, diseñador, restaurador, orfebre y pintor con hojilla de oro, el fue el encargado de hacer la silla donde se sentó el papa JUAN PABLO II cuando estuvo por primera vez en Venezuela. La amistad del maestro CARRILLO con el sacerdote OCANDO YAMARTE, conecto a JUANCHO con la ciudad de Maracaibo, una comarca que tiene una relación de amor y odio con los colombianos, cosa extraña porque esta ciudad cada día se parece más a MAICAO, SOMOS LA TERCERA CIUDAD MAS GRANDE DE COLOMBIA. Escuché muchas veces a personas que le decían: "Mosca con los colombianos, porque si no la ponen en la entrada la cagan en la salida."

          JUANCHO se ganó el respeto de la comunidad gracias a la calidad de su trabajo, un día le pregunte como había hecho para no aburrirse en un lugar donde no conocía a nadie y sin familiares y me respondió, leí todos los libros que están en esta biblioteca y le creí porque sabía toda la información que albergaban los anaqueles, por allí pasaron cientos y cientos de estudiantes pidiendo auxilio, atascados en sus investigaciones, JUANCHO los ayudaba de manera desinteresada y a muchos casi que les hizo la tesis, luego estos se graduaban y chao pescao no se volvieron a ver más nunca, porque somos un pueblo con un nivel de conciencia muy baja, siempre estamos viendo como nos aprovechamos del otro, sacarle partido a cualquier situación y después decimos riéndonos: "¿Quién lo mandó de pendejo?". En un país de compra y venta como el nuestro, donde el éxito se mide por los bienes que acumulas y por otros complejos que hemos heredado de una sociedad regida por el petróleo, donde menos del uno por ciento de la población lee libros, era de esperarse que JUANCHO se erigiera como especie de sabio catalán, ese personaje culto que aparece en CIEN AÑOS DE SOLEDAD, un sabio que había que explotar doblemente, el patrón otorgándole un sueldo paupérrimo de obrero, y los alumnos aprovechándose de sus conocimientos con malicia y descaro, pero qué se le va a hacer, el venezolano confunde bondad y humildad con ser pendejo, por estas razones muchos sabios actúan como divos y no se cansan de zapatear a la gente, ahora es que los entiendo.

          A JUANCHO nunca le molesto esto, tenía la piel curtida y no esperaba ningún tipo de agradecimiento, el se vanagloriaba en la majestad de su soledad, la primera vez que expuse en NUEVA YORK le traje una litografía que compré en el museo metropolitano, LOS SEGADORES DE HENO, de PETER BREGUEL y luego se la regalo a una novia, no se apegaba a nada, era frugal como los primeros cristianos, cuando algún amigo entraba en despecho por un romance truncado le decía: "No sufra toche que esa flaquita que ha usted le parece bonita en menos de veinte años va a ser una gorda vieja y fea", una vez apareció en la residencia EMILIO ARAUJO con ganas de suicidarse porque la novia lo había dejado, JUANCHO trato de calmarlo y le brindo unas cervezas, pero el hombre seguía con el tema, entonces JUANCHO busco una escalera, una cámara y un mecate, y le dijo ahórcate pero permíteme que vaya documentando el hecho con fotografías porque este asunto es histórico. Nosotros nos moríamos de la risa y EMILIO también, estábamos frente a un personaje totalmente terrenal pero siempre dispuesto a la aventura, una vez me vio con una novia que se tapaba la mitad de la cara con un mechón de cabello, al otro día me dijo: "¿Qué tipo de boba es esa que ve el mundo con un solo ojo?". Una noche le dio por barrer las hojas del patio de los mangos, hizo una pira y quemo la hojarasca, y cuando el fuego iluminaba todo el ámbito de la casa, dijo: "Ni por el putas se me había olvidado que hoy es la noche de SAN JUAN", se quito el short y comenzó a bailar en pelotas alrededor de la fogata, "Espero que ningún pagano me haya visto" decía al otro día. La primera vez que visite su casa me sorprendí de la belleza de su mascota, era un Búho ámbar de impresionantes ojos amarillos, le había improvisado una jaula en una pipa de metal y por las noches atrapaba ratones vivos para darle de comer a su mascota. Un dia estuve a punto de pelear con el, yo tenia dos novias una en Coro y una en Maracaibo y el fue y le dijo a la de Maracaibo que yo tenía otra en Coro, me moleste y fui a reclamarle, entonces de la manera más serena respondió “…Más bien tienes que darme las gracias porque te saque de ese callejón sin salida…”.

             La tarde que salí de ese laberinto que llaman tesis de grado, lo fui a buscar para que celebráramos y muy serio respondió, "qué vamos a celebrar, ya te graduaste se acabo la bohemia, los amores furtivos en los pasillos de la universidad, el intercambio de libros, los ciclos de cine, ahora viene la diáspora y el éxodo" y así fue Jorge se regresó a Chile, Régulo se fue a Mérida, Alicia a Caracas, José Laurencio a Guanare, Liliana a Houston, Rafael a Porlamar, el poeta Nelson a Río de Janeiro, Aquileo a Valencia, María a La Asunción y yo me fui a Nueva York buscando lo que no se me había perdido, sólo JUANCHO se quedó en Maracaibo en una fidelidad casi medieval con el cura Ocando, fidelidad que pagó con sangre además le consumió los mejores años de su vida.

          Después de toparme con muchos colombianos en Manhattan, entendí que mi conocimiento de Colombia se lo debía a JUANCHO, él me enseño la cosmogonía de su país, el arte, la cultura, la ciencia, la geografía, la historia, la política y sobre todo la literatura, era un verdadero embajador de su Colombia natal, no como estos contrabandistas y filibusteros que han invadido las calles de Maracaibo, tienen un acordeón ensamblado en el cerebro, venden hasta su madre si es preciso y poseen una vasta cultura que va desde Diomedes Díaz hasta Silvestre Dangón sin tomar agua, asumieron el vallenato como una religión autoritaria, son una nueva secta fundamentalista que ya forma parte del código genético de los venezolanos, a todas partes donde van se destacan por la basura que generan y el ruido que hacen, si uno quiere leer no puede porque hay un vecino vallenatólogo que hace alarde de su cultura, si uno va a la playa o al río a escuchar el rumor del agua o a sentir la brisa fresca, allí esta un hijo e´ puta con la capota del carro abierta tratando de reventarme los oídos.

          JUANCHO sentía un inmenso respeto por los juglares del vallenato, Francisco el hombre, Rafael Escalona, Leandro Díaz pero jamás intentó estigmatizar a Colombia con eso, Colombia es mucho más grande me decía, él me presentó a TOTÓ LA MONPOSINA, la más grande interprete del folklore colombiano, que por cierto es muy amplio y denso, luego me encontraría con ella dos veces en el camino, una vez en Manhattan y otra en el puerto de Veracruz. Una vez JUANCHO fue a visitarme a mi taller de la avenida Bella Vista y yo escuchaba a las estrellas de Fania a todo volumen, él entró sigiloso y me dijo "caramba esto parece casa de costeño", años después me enfermé y caí en la máquina de diálisis y el 99 por ciento de mis amigos y familiares me dieron por muerto, pero JUANCHO se solidarizó con mi lucha y siempre me brindo su apoyo, la última vez que me visitó andaba con una novia de lo más bonita, le conocí varias novias y estuvo a punto de casarse pero nunca lo hizo porque le daba terror perder su libertad, decía que matrimonio y libertad no se la llevan bien, además vivía en una eterna anarquía, amanecía leyendo y su cuarto era un reguero de libros, ropa sucia, periódicos y revistas.

          Fumaba como un preso y siempre comió en la calle, cuestión que lo llevó a sufrir de GOTA y el COLESTEROL alto que al final lo arrancó de éste mundo, unos Niños Cantores encumbrados se dieron a la tarea de informar que JUANCHO se había suicidado por miedo a la soledad, yo los insulté porque él no le tenía miedo a nada, venía de una estirpe de guerreros que habían enfrentado los peores males, él mismo me enseñó en Pamplona la calle donde su abuelo se había enfrentado al demonio y en retaliación el innombrable lo molestó en varias ocasiones, pero JUANCHO jamás retrocedió. En Agosto del año pasado lo fui a despedir porque se regresaba a Colombia, nos reunimos en casa de una de sus antiguas novias muy cerca de El Mojan, allí tomamos cerveza, comimos pizza, cantamos las canciones que nos rompen el alma, me dijo que él no quería llegar a viejo porque le daban terror los hospitales y los ancianatos, además no había tenido hijos y no quería convertirse en una molestia para sus hermanos y sobrinos, luego me pidió que cantara el tango de CARLOS GARDEL "Por Una Cabeza", le dije que no lo sabía, pero allí lo ensayé de volada y lo cantamos sin sospechar que esa era nuestra despedida. Unos meses más tarde el poeta Carlos Montilla me llamó para decirme que JUANCHO había muerto de un infarto en Cúcuta, yo anduve aturdido ese día pero no me puse triste porque el había muerto en su ley, así lo había querido, una vez me dijo que anhelaba un infierno a su medida, un lugar donde se encontrara con LA TONGOLELE, PEREZ PRADO, MARILIN MONROE, BILLO FROMETA, NATALIE WOOD, PEDRO INFANTE y AVA GARNERD por supuesto, sería muy aburrido imaginarte en un cielo con católicos santurrones olorosos a mausoleos y un ejercito de ángeles sin sexo definido. 


 
José Gotopo
Maracaibo 22-12-2013 

ROLANDO ARROYO O EL DIFÍCIL ARTE DE CONOCER NUEVA YORK.




           Cuando Carlos Andrés Pérez le arrebató la jefatura del partido Acción Democrática a su taita Rómulo Betancourt, el viejo caudillo se sintió tan ofendido que asumió un auto-exilio en la ciudad de Nueva York, se instalo a vivir en el edificio Galería de Park Avenue, en el mero centro de Manhattan repitiendo de esta manera la hazaña de José Antonio Páez.

          Antes Rómulo había vivido el exilio  del perejimenizmo en la isla de Puerto Rico, así que lo primero que hizo al llegar a la Gran Manzana fue llamar a su amigo el exgobernador Luis Muñoz Marín para que le recomendara un chofer que supiera desplazarse por los interminables laberintos de la ciudad de Nueva York, un chofer que hablara inglés y español y que fuera afable en el trato, capaz de asumir riesgos y de guardar secretos. Muñoz Marín llamó a un amigo y ese amigo recomendó a Rolando Arroyo, un joven puertorriqueño de treinta y pico de años, moreno, de baja estatura, amable, discreto, buen conversador y sobre todo un verdadero baquiano en la mole de concreto.  Inmediatamente surgió una empatía entre el caudillo y Arroyo, una vez le pregunté ¿Cuál fue tu primera tarea? Rolando respondió sonriendo con una cerveza Miller en las manos, recuerdo ese día hacíamos una parrilla en Manhattan Beach “Rómulo me pidió que lo llevara a comprar un revolver” ¿dónde lo llevaste? “Al sur del Bronx, donde hay más revólveres que gente.”

          Así comenzó una amistad mítica entre Rómulo y Rolando, el expresidente concebía la política como una guerra donde hay que vivir enfrentando al adversario, el joven le despertaba confianza, todos sabemos de la relación del caudillo con las armas, siempre cargaba un revolver en la cintura. Por su parte Arroyo había participado y padecido la cruenta guerra de Corea, era un veterano, aunque no lo aparentaba, nunca habló de ello, su aspecto era protocolar, siempre bien vestido, estudioso a muerte del bolero y un anfitrión a toda prueba, las fiestas en su casa y los picnic a cielo abierto fueron memorables y forman parte de las páginas felices de mi vida en el Norteamérica. El sabía que yo era de izquierda, me la pasaba cantando canciones de Alí Primera, pero eso nunca le molestó, siempre me trató como a un hijo, muchos de los lugares que conocí en Nueva York los visité junto a él y su bella familia, Marucha Villavicencio y su hija Nelsy.

           Pero me estoy adelantando en mi crónica, debo ir por partes como decía Faneite, entonces sucede que Rómulo regresaba de vez en cuando a Venezuela con la esperanza de rescatar el mando del partido y para asegurar los servicios de Arroyo a su regreso a  Manhattan, le consiguió un trabajo en el consulado de Venezuela en la calle 51, un viejo edificio que había comprado en 1972 la administración del presidente Caldera, allí estuvo cuarenta años como empleado local prestando servicio a la nación. Entró a trabajar como chofer pero luego lo ascendieron al departamento de mantenimiento. Además de saber arreglar el ascensor conocía todos los intríngulis del edificio, la calefacción, el agua, la electricidad y el control de todos los insumos necesarios para que el servicio consular funcionara. A los pocos años de estar trabajando ya era un hombre indispensable  y muy querido por sus colegas que no paraban de reclamar sus servicios.

           Yo lo conocí en el 1990, la primera vez que fui a Nueva York a exponer, me lo presentó Alejandro Rojas y a los días nos fuimos de paseo a la casa de la escritora Lidda Zacklin en Connecticut, allí pasamos un fin de semana memorable, finalizaba el verano, se asomaba el frío del otoño y nos congregamos a orillas de un lago a tocar la guitarra mientras cantábamos las canciones que nos llegan al alma, a partir de allí hicimos una pandilla buenísima, Marina Barbosa y su hija Laura, Alicia Bosso quién fue secretaria privada de Rómulo, Yolanda Renwick, Belkis Gotopo y su hija Brindicy. Unos gigantes árboles de castaños rojos batidos por la brisa del mar viven en mi memoria.

           Regresamos a Nueva York y Arroyo y su familia me llevaron a conocer los lugares más alucinantes de esa ciudad: el World Trade Center y sus majestuosas Torres Gemelas, cuando el ascensor ya había rebasado el piso 100 me susurro en el oído  “…ESTO VA COMO BOTELLASO DE PUTA…”. Luego me llevo al  Greenwich Village, es decir, el barrio bohemio, uno de los lugares más fabulosos que he visitado, el Sea Port viejo puerto lleno de historia y belleza y el majestuoso Puente  Brooklyn como un vigía de piedra.

          Días después regresé a Venezuela a terminar mi carrera universitaria, pero en 1992 volví a Nueva York, esta vez a inaugurar mi exposición de pintura abstracta “Birds and Flowers”, Arroyo me acompañó a las ferreterías a comprar los implementos para el montaje y luego me ayudó a montar las obras demostrando una veteranía en este oficio, dijo que le había tocado montar decenas de exposiciones en el consulado, de allí su destreza. Al ver montada la muestra, Marina Barbosa de Sequera oriunda de Adícora se me acercó y me dijo “Gotopo, acompáñame a hacer una diligencia”. Tomamos un taxi amarillo en la quinta avenida que nos llevó a una prestigiosa floristería,  allí Marina compró ocho arreglos bellísimos de Bromelias hawaianas y con su voz tan tierna me dijo: “…Gotopo hijo, estas flores son para que adornes tu exposición…”, a mi casi se me salen las lágrimas, luego la escritora Lidda Zacklin me obsequió varias cajas de vino para el brindis inaugural, la exposición se dio y ese fue mi primer punto de encuentro con la ciudad, cuanto le agradezco a Alejandro Rojas y a mi hermana Belkis, porque sin su ayuda esta muestra no hubiese sucedido. Al otro día, Arroyo nos invitó a City Island en Manhattan, una pequeña isla de una sola calle donde sólo había restaurantes especializados en pescado y mariscos, todos los restaurantes tenían formas de barcos y en el interior grandes peceras con peces exóticos, incluyendo pulpos y pequeños tiburones.

          Así que fascinado por la metrópoli comencé a viajar todos los años a Nueva York y siempre nos reuníamos con Arroyo bien fuera en su casa, en Central Park o en Nueva Jersey, era un aficionado a la parrilla, mientras cocinaba hablábamos de los más diversos temas, entre las cosas que recuerdo me habló de su amistad con el expresidente Carlos Andrés Pérez, cuestión que hubiese podido aprovechar para conseguir un mejor cargo diplomático, pero no lo hizo, estuvo hasta el final de su vida con su cargo de empleado local, tenia que cargar con toda la familia de Carlos Andrés cada vez que estos iban a Nueva York para hacer compras. También acompañó a Betancourt a todos los actos oficiales a los que era invitado por el gobierno norteamericano, me contó que sus preferidos eran las finales de las grandes ligas del béisbol norteamericano - sobre todo si jugaba su equipo favorito LOS METS – Juegos que el veía como un rey desde el palco presidencial gracias a las circunstancias. También presenció las carreras que ganó el caballo CAÑONERO máxima hazaña del hipismo nacional, conducido por el jinete Gustavo Ávila en el hipódromo Belmont Park de Long Island. Pero su mayor responsabilidad fue trasladar desde Manhattan hasta Maiquetía el cadáver de Rómulo Betancourt, para aquel entonces el gobierno venezolano lo recibió como a un jefe de estado, a partir de allí los políticos lo fueron olvidando, no obstante el siguió cumpliendo con sus deberes en el consulado, la gente se extrañaba de sus proezas, relacionista público como ninguno conocía a medio mundo tanto en Nueva York como en Venezuela, la gente distinguida que llegaba al consulado lo conocía: Boby Capó, Celia Cruz, Vicente Gerbasi, Rufino Tamayo, Alfredo Sadel, Freddy Reina, José Ramón Medina y tantos otros. Al mismo tiempo tenía la habilidad de reparar cualquier electrodoméstico, era electricista, plomero, albañil, oficinista, jefe de protocolo, melómano como ninguno, recitaba de memoria la vida de  los artífices del bolero, hablaba de músicos y cantantes mientras  conducía un auto por los laberintos de la Gran Manzana, pero  sobre todo  fue un gran amigo que se ganó una página de nuestra memoria.

           En 1995 Alejandro y Belkis decidieron regresar a Venezuela, Arroyo nos organizó una fiesta de despedida en su casa, cuya sala estaba adornada con las obras que gentilmente me había comprado, allí nos reunimos todos los amigos a despedirnos con el abrazo de la tristeza. Pero nos volvimos a ver en 1999, cuando regrese a estudiar en “The Arts Students League of New York”, allí lo volví a encontrar en su oficina del consulado, ahora el gobierno era de izquierda pero el cónsul era adeco. Lo saludé con mucho cariño pero le noté una extraña tristeza en la mirada, estaba molesto porque le habían desmejorado el sueldo, decía que él le había entregado su vida a Venezuela y ahora recibía tremenda recompensa, pensaba que yo había regresado a Nueva York como funcionario del gobierno, pero quedó sorprendido cuando le dije que venía como alumno de arte, le cambió el semblante y me pidió que le mostrara mis nuevas obras, me dijo que ya no vivía en Nueva York que se había mudado con su familia a la isla de Martha’s Vinyard y que estaba muy feliz en su nueva casa.

         A partir de allí nos veíamos regularmente los sábados en el apartamento de Yolanda Renwick en Flushing, ella se había fracturado el fémur en una estación del metro y los sábados Arroyo le llevaba la comida y yo limpiaba el apartamento y le hacía las compras.

         En el 2002 decidí regresar a mi país, la última vez que vi a Rolando Arroyo fue en casa de Yolanda, allí almorzamos, tomamos vino californiano, toqué la guitarra y el me pidió que le cantara la canción de su amigo Homero Parra “Vida consentida”, la canté, le dí un abrazo, le dije adiós y tomé el tren 7 hasta mi casa en Astoria, esa fue la despedida real. Recuerdo que antes de subir al tren me dijo que me aprendiera la canción de Rafael Hernández “Preciosa” que era el himno más bello que se le había escrito a Puerto Rico.

          En el año 2010 July Nitty llamó desde Nueva York para comunicarnos que Rolando Arroyo había muerto después de luchar contra un cancer de estómago que lo fue minando lentamente, la noticia fue demoledora para nosotros, sobre todo para Alejandro Rojas quien lo consideraba un padre, esa noche nos reunimos a tomar vino como un homenaje a su amistad, al tiempo que recordábamos aquella tarde calurosa cuando un grupo de danzas folklóricas venezolanas se presentaba por la noche en el consulado, pero había un problema, al bailarín principal del grupo se le habían olvidado las alpargatas en Venezuela, entonces Rolando Arroyo dijo que el sabía dónde vendían alpargatas en Manhattan, a la gente le dio un ataque de risa y Yolanda lo llamó loco, pero Arroyo arrancó en el carro del consulado y una hora después regresó con las alpargatas en la mano, se las entregó al bailarín de joropo, lo miró a la cara y le dijo “Ráspalo pa’ lante”.




Jose Gotopo

Junio - 2014

La Pintura en Cuarentena, José Gotopo - Obra Reciente 2020

Amarillo Damasco con Bodegon y Mandolina   Acrilico sobre Lino  80 x 112 cm CDMX - 2020