martes, 17 de agosto de 2010

Este Amor Tan Subversivo


De todos los géneros del arte, el más subversivo es el amor, siempre viene a romper el orden social, va contra las costumbres, es imposible codificarlo, reducirlo a la institucionalidad. La pasión de los amantes es ingobernable, razón por la cual el Estado se alegra de que existan pocos enamorados.
Cuando me enamoro me olvido de mi familia, de mis amigos, de mis deberes como ciudadano. Me separo irremediablemente de la sociedad. Ese ángel perverso, armado de arco y flecha, rebasa toda filosofía, por eso el amor esta por encima de las jerarquías sociales. El estado nos controla con métodos subliminales, para desplazarnos con armonía necesitamos partida de nacimiento, cédula, seguro social, solvencia bancaria, carta de trabajo, carnet de conducir, solo el amor esta fuera del control del estado. El enamorado se siente libre y a contracorriente, al ser correspondido ante la única elección individual de su vida. Esa atracción mutua se convierte en fascinación y los amantes entran en un periodo de encantamiento que no vacilaría en llamar mágico-religioso. La pareja sucumbe ante ese misterio conformando por diversos ingredientes, en ese momento nuestro pensamiento se hace primitivo y percibimos el mundo del sujeto deseado a través de olores, sabores, temperaturas, texturas y otros procesos químicos.
El deseo hecha por tierra toda regla y la dinámica es propicia para los más altos vuelos de la imaginación, sólo la hermosura puede llenar el implacable agujero de la vida cotidiana.
El racionalismo, (Descartes y su combo) que nos enseño a no creer en cuentos de camino, se tambalea aturdido ante el hechizo del amor. Nada puede darle explicación a semejante atracción, ni siquiera los libros sagrados, el catolicismo nos enseño a considerar el alma como un ente superior al cuerpo, (Platonismo) debido a su condición eterna y transmutable, pero al enamorarnos deseamos con intensidad, un alma y un cuerpo fundido en la atracción física. Nadie ama solamente un espíritu, no existe amor sin erotismo, el primer lenguaje es el del cuerpo, que a través del amor libera al alma.
Inmediatamente después de ser lanzado del vientre materno, el hombre comienza a sentirse sólo, expulsado de la vida pura. A partir de ese instante la muerte comienza a trabajar silenciosa en nuestro interior, solo el amor genera un estado de ficción que convierte a la muerte en algo imperceptible. Sabemos que somos hijos del azar, víctimas de enfermedades y accidentes, sentimos que envejecemos y que tarde o temprano moriremos. Pero el único invento del hombre para atenuar esta fatalidad es la desmesura del amor.
No obstante el amor está rodeado de enemigos, la primera barrera es la concepción cristiana del pecado, cuestión que los verdaderos amantes no vacilan en superar, pero existen otras que convierten el amor en algo difícil, cabe destacar, la moral, la alienación del matrimonio, el machismo como tradición histórica hispano árabe y la reducción de la dimensión humana a objeto comercial.


La familia y la escuela educan al género humano para el matrimonio, no para el amor. El matrimonio al institucionalizar el amor lo convierte en tragedia. Horas antes de casarnos, el cura párroco nos orienta hablándonos de la fidelidad, del compromiso con Dios y la responsabilidad socioeconómica, pero cuando nos percatamos que la relación de pareja se ha convertido en algo infernal reflexionamos para entender que ningún amor sobrevive sin poesía e imaginación.
Que sabe el cura párroco de lo vertiginoso que es amar a una mujer hasta la eternidad, en un mundo dominado por lo efímero y lo cambiante. En nuestra ciudad la poesía es un acto marginal, el estado no le otorga ninguna importancia, a diferencia del matrimonio que es una institución sobreprotegida, pero el amor es un acto clandestino, antisocial en su naturaleza.
La moral es el freno de nuestros deseos, la mujer que desea es la mala para los moralistas porque es dueña de su cuerpo y puede elegir. Para quienes tienen el espíritu petrificado, hablar del amor es cursi y ridículo, cuestión de adolescentes, yo diría mas bien cuestión subversiva. Estos señores nos han querido convencer de que el matrimonio es la más alta realización del amor y se equivocan pues este es un contrato económico, jurídico y social.
La fascinación que ejerce el matrimonio eclesiástico sobre nosotros radica en una necesidad ancestral. El punto común entre africanos; españoles y aborígenes era su cultura extremadamente ritualista, con el mestizaje y con el paso de los años los rituales fueron desapareciendo. El matrimonio por la iglesia es el más hermoso ritual que nos queda, es un estallido de formas estéticamente religiosas y una comunión sagrada con la tribu. Todas las mujeres sueñan con ese día de encuentros, luego dejamos de ser novios y todo comienza a fraccionarse, el amor deja de ser loco y la cercanía disminuye el campo del deseo.
Difícil y revolucionario es mantener encendida la brillante llama del amor, protegerla de los intereses individuales, el tabú y las prohibiciones, del erotismo que vende por kilos la publicidad y la televisión comercial, que todos los días te repite que cambies tu mujer por una chica revlon. Difícil es defender el amor de los poderes del dinero y la moral del lucro que siembra promiscuidad, compra y vende cuerpos hermosos.
Solo existe una manera de defenderse contra el SIDA: el amor, símbolo de libertad y reconciliación del hombre con la naturaleza. Este produce un estallido social al transgredir las normas. En la periferia acechan los chismes y las traiciones. Una república de desdichados no soporta ver felices a un par de enamorados solitarios.
El odio trabaja lento pero constante, gracias a Dios poseo un amuleto contra el mal de ojos y mis enemigos lo saben.
Formo parte de una especie en extinción, soy un poeta trovador medieval del siglo XII y si el universo tuvo un comienzo (Big-Bang), irremediablemente tendrá un final, es decir, que este amor desenfadado tarde o temprano tendrá que pasar, sólo al coyote, a sus productos Acme y a mi, suelen sucedernos estas cosas verdad mi amor.

José Gotopo

EL ENCANTO DE LLAMARSE PEDRO ALFONZO


Monte Verde lo vio nacer, en aquellos tiempos cuando los arrieros del Chupulum enfilaban sus bestias hacia él ultimo pastizal que broto sobre este suelo de arcilla. Era el año 38 y mientras nacía, una matrona cantaba una balada de arrabal que se le metió en los huesos, le invadió la sangre, le afino la voz con licores nocturnales del caribe, hasta convertirlo en cuerpo y alma del romance.


Diecisiete años era mucho, así que decidió comprarse una guitarra antes de viajar a Caracas, para acariciarla en la zona sagrada donde surge el enamoramiento. Para aferrarse a ella, como un niño se aferra a su recuerdo.


Ser zurdo no es un problema, todo diapasón se hace dócil al sentimiento, de eso hablan las ventanas y el aire frío de la madrugada.


Pedro Alfonzo canta una canción de luna y una muchacha suspira colgada de las estrellas. Sólo un romántico empedernido puede darle vida a tanta historia cantada.


Al principio fue la admiración por Chive Mora, Serafín Prado y Adán Fornerino; luego descubrió el secreto filial de las primas y los bordones, desde entonces la serenata es un oficio de caballeros; Pedro López puede dar fe de tanto desenfado al pie de los balcones.


En un requinto llamado Chuco García, encontró al hermano de toda la vida; la otra guitarra se llama Omar Suarez y llego hace veintisiete años para acoplarse sin ningún problema a los vértigos del tango y los desahogos del bolero. Los negros los llamaban por cariño, cuando tocaban en “La Pollera” que ahora llaman Aeroclub, pero antes frecuentaron esa maravilla “La Peña Tanguera” de José Amor Colmenares y el bar Garúa de Luis Ruiz, “El Botiquinerubis”.


El 1977 la bohemia consagrada los bautizo “Los Astros”, para que siguieran iluminando las galaxias del amor y el despecho y permitieran que la órbita de la vida cotidiana no arrasara con nosotros.


Pedro Alfonzo rasguea el vientre de su guitarra y estira su perfecto cuello de gacela para trocar la noche con su voz, en un antiguo acto de magia. A estas alturas del tango, recuerda las enseñanzas a tiempo de Anguito Medina, ese trovador que ilumina el camino y su feliz participación en el programa “La Feria de la Noche” que lideraba Raúl Rojas Partidas, cuando en radio Coro los músicos vivían fuera del disco. Chuchanga Madriz lo acompaño en esa aventura que mis tías escucharon instaladas en el fogón de la cocina de donde nunca salió Martín Valiente.
Ahora Luis Miguel interpreta las canciones que él tiene mas de cuarenta años cantando y eso de alguna forma le da razon a tanto empecinamiento del corazón. Eso revitaliza la parranda y allí surgen los amigos del alma: Rafa Quintero, Orangel Velázquez, metiéndole candela a la tristeza y en un recodo del camino, la solidaridad hecha carne, para que la vida sea mas llevadera, allí surgen las manos de Anguito Reyes, Hermes y Pedro Santos; todos alrededor de la botella que exorciza el recuerdo de amores imposibles.


Pedro Alfonzo enaltece la memoria de sus antepasados curazoleños, ellos se instalaron con su historia a cuesta, en las lomas de Santa María de La Chapa. De allí su perfil antillano, su estampa de Benny Moré, su silueta que parece dibujada por Guillermo Cabrera Infante, en una calle del viejo San Juan o de La Habana.


Nunca ha grabado en el acetato, pero ha acompañado junto a “Los Astros” a Luisin Landaez, Luis D´Ubaldo, Neida Perdomo y Lila Morillo entre otros.


A los cuatro años conoció al maestro que consagro la poesía en esta tierra de resolana, ese veleño que llaman Rafuche y que vino al mundo para quedarse entre nosotros.


No se explica porque a Tino Rodríguez no le han dado las llaves de la ciudad, otro mas que él no nos ha identificado tanto. En el arpegio trémulo de estos días, ya no espera ser incluido en los programas de la cultura gubernamental.


Un pequeño descuido y surgió una amarga disonancia, la diabetes estuvo a punto de acabar con su existencia y la guitarra se quedó sola durante un mes; esperando que el eterno enamorado volviera al antiguo sortilegio de trovar para saciar las penas. Los que se hacen llamar intelectuales jamas lo visitaron en su lecho de enfermo, pero eso no le preocupa; para amigos Agustín Lara que le dejó un manojo de canciones inagotables, Juan Ramón Barrios quien le enseño la importancia de amar a Venezuela y Juan Manuel Navas, Roman González y Ali Primera con quienes aprendió a sentirse orgulloso de ser coriano.


Desde hace algún tiempo vive frente a los bloques de La Cruz Verde y trabaja en el departamento de mantenimiento de la Alcaldía; donde nadie sabe que el toca la guitarra y a lo mejor mueren sin saberlo.


No se cansa de decir que esta ciudad no se merece tanto desamparo. Cuando el sol dora las torres de las iglesias, el atraviesa estas calles desoladas en su monumental Apache Azul, dejando una estela cinematográfica en el aire.


A pesar de que la delincuencia atenta contra los serenateros, el no se da por vencido, afina su maestría y se arranca “Cuando me besas” para que el espíritu vuele al territorio de lo soñado.


Cada vez que suena una guitarra, Pedro Alfonzo renace en la armoniosa combinación de los acordes, y la nueva generación goza de su aprecio; Yamil Marrufo y Humberto Suarce son testigos de su admiración.


Por todas estas cosas, rendimos un tributo para celebrar con él, la fascinación de tenerlo entre nosotros.


José Gotopo

La Ciudad Duerme Boca Abajo

Mis relaciones con la ciudad de Coro siempre han sido de amor y odio, cuando comienzo a odiarla me voy lejísimo, varias veces he cruzado el Caribe, pero siempre vuelvo al encantamiento de estas calles desoladas, porque la amo me creo con derecho a cuestionarla, a defenderla y abandonarla, no hablo del amor ciego de quien no puede ver el estado de tragedia que acecha al ser amado, hablo de un corazón que va más del vislumbramiento "de la vida parda y del sopor".

Nuestra ciudad cada día es agredida, su cuerpo muestra al descampado las brutales puñaladas, se desangra, aún así aspira ser declarada Patrimonio Cultural y Natural del Mundo, para que los franceses se apiaden de su cuerpo torturado porque nosotros no hemos podido hacer nada por ella, de eso "hablan sus grietas". La ciudad pare sus propios asesinos, ante la acción de los parricidas " el habitante baja la cabeza", todos los días se realizan de¬moliciones físicas y espirituales, la alienación de lo nuevo arrasa con fuerza demoledora hay un odio contra los tejados, somos una ciudad histórica pero carecemos de sentido histórico, la U.N.E.S.C.O debe actuar urgentemente, una casa del siglo XVIII ante los tractores mentales no vale nada, es más importante el terreno aunque la Gaceta Oficial diga que "toda demolición que se pretenda efectuar dentro de los límites de la zona histórica de Coro, no podrá realizarse sin la autorización escrita de la Junta..." quienes conforman la Junta Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico, no enfrentan al agresor y las autoridades no consultan a los especialistas y muestran un desconocimiento que desconcierta, a quien se le ocurre hacer unos cajones de concreto a veinte metros de la Cruz de San Clemente, si el interés del gobierno era contratar este arquitecto, que reconstruya el Puente Brooklin sobre la Represa el Isiro si quiere, pero que no se antoje del casco histórico, es lo único que nos queda.

Algunos corianos nos preguntamos hasta cuando van a atiborrar la ciudad de tiesas estatuas decadentes, todos sabemos que este genero en la escultura ya no tiene sentido y solo ha quedado para los cementerios y hay quienes se empeñan en hacer del centro de la ciudad un cementerio, un territorio para fantasmas, las hermosísimas casas de la calle Ampíes, Comercio y Bolívar fueron abandonadas por sus dueños en su mayoría mantuanos y judíos convertidos, estas ahora yacen en escombros o son depósitos de telas de los comerciantes árabes.

A diferencia del resto de las ciudades del mundo, el Centro esta desierto, un horrible edificio como un gran dinosaurio emerge con hálito de muerte, “no entiende, no hace caso”, la ciudad padece sus espadachines.

Un loco llamado Henry Millar decía “en Europa, hasta cuando una ciudad se moderniza, siguen existiendo vestigios del pasado, en América aunque hay vestigios se borran, desaparecen de la conciencia, quedan pisoteados, arrasados, anulados por lo nuevo. Lo nuevo es de un día para otro, una polilla que devora la trama de la vida…la destrucción es complemente aniquiladora. No hay renacimiento, solo un crecimiento canceroso; capa tras capa de tejido nuevo y ponzoñoso, cada una de ellas mas fea que la anterior”. Y no crean que estoy en contra de lo moderno me fascina el centro de Maniatan pero también me resulta encantadora la Habana vieja con sus intactas fortificaciones, es decir cada cosa debe estar en su lugar, por así nos sorprendió a todos el nuevo comedor popular de Coro con sus estructuras metálicas tardomodernas, a dos cuadras de la Zona Colonial, quien dio el visto bueno a este proyecto, hasta donde llega tanta ignorancia, se sabe que el Arquitecto Catalán Gaudi, contruyó el Parque Guell con los restos de las construcciones que allí existían, pero muchos años antes del comedor de Coro ya los asesinos de la historia no habían dejado nada allí por lo tanto todo vestigio con Grietas como fachadas es falso y cursi, lo mismo sucede con los micro-médanos de concreto a ochocientos metros de los verdaderos médanos, lo que falta es que este arquitecto reconstruya los jardines colgantes de Babilonia pero con flores de plástico y en el techo de la Catedral.
Pero al margen de las agresiones físicas, también están las demoliciones espirituales, nuestros archivos históricos pecan de formales, la cultura popular no se reseña, la nostalgia importa un pito, un ejemplo palpable es la demolición del edificio donde funcionó la Radio Coro Vieja, todos sabemos que este era símbolo de la Corianidad, allí nuestros padres vibraron al son de la alegría, Radio Coro era lo más parecido a la calle Broadway, esto de nada valió al contratista que demolió los buenos recuerdos, porque no hicieron allí una heladería o algo por el estilo o era más fácil echarlo abajo.
Ante la impotencia, la ciudad "se arrincona vencida ante la afrenta" es urgente que la UNESCO la defienda para que esta "asuma sus crónicas dispersas" y nuestros nietos miren con asombro la fotografía de Buchito Peña, Chive Mora y Adán Fornerino, donde los personajes que han marcado esta ciudad no se mueran con la muerte.
Entonces es necesario Hacerse unas preguntas para que los enemigos ciegos de la ciudad sepan que nosotros tenemos conciencia de la herida, sepan que la ciudad "extenuada se recite a la nomenclatura sosa", entonces quien tumbó el arco de la Federación, quien dejó morir de hambre a los Dromedarios traídos de Arabia Saudita, quien demolió la hermosísima Casa de bahareque que estaba detrás del "hijo de la noche" quien ordenó tumbar la pasarela que conectaba el edificio Santa Rosa con el Banco de Venezuela, quien tumbó el campanario que estaba detrás de la Iglesia San Clemente, quien sé acuerda de Adonay Duque, Diobis Rodríguez, Orlando Chirinos, Lida Franco, Tino Rodríguez, Enrique Arena, Virgilio Trómpiz, quienes creyeron que Alberto Henríquez nunca moriría y se cruzaron de brazos, quienes dejaron morir de sed al Bosque Los orumos y ahora claman por un nuevo Bosque, quienes compraron las horrorosas estatuas de Santiago Poletto, porque no se detuvo el saqueo al cementerio viejo, donde están los faroles viejos de la plaza Bolívar, porque nadie le mete la mano al Club Bolívar quien diseño el Edificio del Banco de Fomento sin tomar en cuenta el contexto urbano, quien demolió los dinosaurios de concretos de la plaza el tenis.
Dejo de preguntar y la ciudad "se retira en silencio con sus muertos".

El estallido del petróleo en Venezuela, liquidó las relaciones comerciales entre Coro y Las Antillas. Dejamos de ser el granero de Occidente y la ciudad comenzó a sufrir el abandono. La estridente fiesta del oro negro no nos tocó para nada, esto permitió que se mantuviera en pie, una gran cantidad de importantes construcciones arquitectónicas coloniales, aunado a esto perdimos conexión con el mundo y aprendimos a vivir aislados. Conservamos intacta la Casa, pero perdimos las formas orales del habla, la tradición musical trovadoresca, la ecología cotidiana de convivir con árboles y animales bajo un techo de cielo abierto. Perdimos el encanto natural de los urbanistas y arquitectos populares, el sentido estético de lo religioso. Perdimos los mitos sobrenaturales y las formas elegantes de la crónica coloquial. Hemos hablado demasiado de lo que conservamos, poco de lo que perdimos.

Lo que más nos enorgullece a los corianos, es la Zona Colonial y sus alrededores. La Zona Colonial es el estigma y nuestra mayor frustración, ella fue construida durante el ejercicio del gobierno monárquico español en Venezuela. La Zona Colonial como conjunto es el testigo insobornable de una sociedad poderosa con un alto sentido de la estética, un concepto urbanístico dominado por la armonía y una belleza hasta ahora insuperable.

Después de la Guerra de la Independencia no hemos podido instaurar un orden político legítimo, mucho menos darle continuidad a la tradición arquitectónica de Nueva España. Ni en la época republicana, ni en la democracia hemos podido construir un conjunto arquitectónico tan hermoso como la zona colonial. Esa es nuestra mayor frustración.



Ni iglesias, ni palacios, ni conventos, la democracia ha sido un monstruo megalómano que se expresa en una arquitectura pesada, como la burocracia misma. Muestra de ello es el Paredón Federal y su militarismo de plastilina, la ventana gigante con médano de concreto y las caballerizas del Paseo Alameda. La democracia obnubilada por el modelo de desarrollo norteamericano, ha creado sus propios infiernos: El barrio Cruz Verde y Las Tenerías. Reflejos miniaturizados del Sur de New York.

No obstante la Zona Colonial es un gigante limpio en la parte superior y podrido de la ro¬dilla para abajo. Estamos presenciando el desmoronamiento de sus extremidades inferiores, es decir las casas de barro abandonadas en la calle Ampíes, Bolívar y Comercio. Los hijos nobles de esta ciudad, ante la aparición del automóvil abandonaron sus hogares por in-funcionales. Ahora las casas yacen en ruinas, ni las alquilan, ni las restauran. Poco a poco se vienen abajo, contribuyendo a darle un aspecto lúgubre, fantasmal al centro de la ciudad. El centro es el corazón de la urbe, "lo grave es que la ciudad es reflejo de quienes la habitan, si nuestro retrato es ella, debe haber mucho de abandono en ella, debe haber mucho abandono en nosotros". La tranquilidad que permitió la conservación del caso histórico, también produjo un hombre indiferente, cabizbajo, lento y sigiloso.

Un hombre con el autoestima por el suelo, pasivo, temeroso ante el poder que lo aplasta, un hombre masa, nivelado, sin relieve personal, con miedo a expresarse, a opinar. Un hombre que cortó sus nexos con la historia y ahora carece de raíces, no conoce su pasado. Un hombre xenofógico a la inversa, olvida al que se va, pero le otorga poderes especiales al que llega.

La tranquilidad es nuestro mayor orgullo, pero la hemos pagado caro. Nuestra ciudad prácticamente no existe en el contexto nacional, tú revisas la cinemateca nacional, la galería nacional de arte, las librerías, la televisión, la prensa nacional y Coro no aparece ni para remedio, a no ser en los libros de arquitectura colonial, aún así todos los días susurramos" Coro es la mejor ciudad del mundo", aunque no tenemos conciencia del mundo.

Cuando un extranjero piensa en Coro, inmediatamente alude a una postal de la Zona Colonial. Ojala que después de la designación de Coro y La Vela Patrimonio cultural de la humanidad, el mundo tenga conciencia de la pintura constructiva de Domingo Medina, de los poemas de Rafael Álvarez, de las lecciones curativas de Mario Jacobo Pensó, de la bondad artística de Alberto Henríquez, del olfato paleontológico de Emiro Duran y J. M. Cruxent, del cuatro desenfadado de Ali Chirino Brett, del genio médico de Jaime Furzán, de la artesanía maravillosa de Isabel Urbina, de los dibujos caligráficos de Emiro Lobo, de las figuras taciturnas de Emilio Peniche, de la brillante intelectualidad de Ovidio Pérez Morales, de la cerámica sensual de Doris Alves, de la magistral forma de narrar de Orlando Chirinos, de la nocturnal trova de Miguel Camacho, de la actitud filantrópica de Pedro de Armas, del genio gráfico de Nicasio Duno, de la hermosa locura de Radio Pantano, de la amistad musical de Chive y Adán, de la mirada inquieta de Francisco Yegres, del ambiente bohemio de Wecho Ruiz y de la hospitalidad de toda esta gente silvestre e inocente.

En el justo momento que entendamos que patrimonio somos todos, ese día será la verdadera declaración.

Si el nombramiento de la UNESCO sirve además de salvar las construcciones coloniales, también para salvar a los habitantes del barrio las Tenerías, ayudándolos a integrarse a un mundo donde no sobre la belleza, yo estaré orgulloso de vivir en la ciudad patrimonio. Siempre y cuando volvamos a ser una poética del mundo, una dinámica donde el individuo no esté condenado a convertirse en masa, donde el misterio innombrable de la vida siga ejerciendo sus poderosas fuerzas ocultas.

Coro, 15 de junio de 1.992
José Gotopo

Domingo Medina

DOMINGO MEDINA
MAESTRO DE LA PINTURA

Conocí a Domingo Medina a finales del año 1979, cuando ingresé como alumno regular a los cursos de Dibujo y Pintura en la escuela de Artes Plásticas "Tito Salas" de la ciudad de Coro, cuando entre por primera vez a la oficina del director y quedé sorprendido con una obra constructivista que vi en una de las paredes, entonces le pregunté al profesor Chucho Ruiz, si conocía al autor, y este respondió, aquí está, conócelo es Medina el fundador de esta escuela”.

Siete años antes había visto sus obras coronadas; en el Salón Nacional de Arte del Ateneo de Coro, en la antigua casona de la calle Zamora, allí tuve la suerte de ver "El Circo", obra cuya temática figura¬tiva es un pretexto para Medina lucirse en el domi¬nio de la geometría y el color. Tal vez sea una de las pinturas mejor logradas en toda la historia de la plástica de éstos confines.
Debo confesar que a pesar de mi poca edad, la pintura de Medina, constituyó para mi, una revela¬ción, más tarde cuando la pintora uruguaya Dovat de Morquio le obsequió al dibujante José Laurencio Pérez los textos de Joaquín Torres García, comprendimos que existía una dimensión sagrada en la geometría, entonces la pintura de Medina pasó a ser de una revelación a un horizonte, tal vez el único para nosotros en aquel momento.



Es cierto que también nos impresionó la pintura figurativa de Emilio Peniche, donde aplicó de manera magistral el concepto "blanco sobre blanco", no menos cierto fue que nuestra orientación fue ha¬cia una pintura menos figurativa, donde la estructu¬ra fuera el eje fundamental y cuyas texturas evoca¬ran conexiones ancestrales.
Toda esta influencia que su pintura ejerció so¬bre nosotros se dio de manera tácita, primero echamos ma¬no a lo puramente visual, luego propiciamos encuentros personales con Medina cuyas lecciones no estábamos en capacidad de aprender, por aquel entonces el había vencido “el aldeanismo” y en nuestras estructuras mentales el mundo comenzaba y terminaba por estos predios.



“Váyase a vivir a Paris, usted es un buen pintor, además toca la guitarra, aproveche ahora que no tiene hijos ni esta casado”, siempre me decía, pero tengo la leve sospecha que abandonar la ciudad de Coro es un delito.



Más de una vez nos enrumbamos en largas pa¬rrandas por sórdidas tabernas con el único fin de compartir con Medina sus experiencias de México y Europa, queríamos escuchar de sus labios la Conceptualización de sus teorías sobre la pintura, pero al fin comprendimos que Medina es un pintor sen¬sorial, en él actúa la pura sensibilidad. La parque¬dad para expresarse en forma oral, se trueca en ge¬nialidad cuando se expresa con los colores y eso ya es suficiente.



Como país joven, aún arrastramos muchos pre¬juicios coloniales, no estamos preparados para aceptar valores que no vengan reconocidos del ex¬terior. La cultura de resistencia es un acto de heroísmo, Medina es un héroe de la resistencia, es el pionero de la geometría sensible en Venezuela, y como docente es un valuarte de la educación de las artes plásticas, gran parte de esta hazaña la realizó en el interior del país; un país que no abandona sus esquemas centralistas y que insiste en repetir la frase lapidaria “Caracas es Caracas, lo demás es monte y culebra”. Los que habitamos del otro lado de la Cota Mil, vivimos en el otro país, en el resto de un territorio escindido.



Los inocentes creímos que con el nuevo orden político los sacrosantos críticos de arte abandonarían sus oficinas en la capital y se trasladarían al interior del país para hacer justicia con los artistas que siempre trabajaron en la periferia, pero esa acción aún está por verse, por eso aplaudo la iniciativa de la Universidad Francisco de Miranda al otorgar este reconocimiento que también es una respuesta a las omisiones a las que nos tiene acostumbrado el centralismo.

También aspiro que esta acción sea el primer paso para la promoción de la obra de este excelente artista que bien merece ser mostrada y a su vez publicada en un texto que la clasifique o que la reúna de manera antológica.

Los pintores de mi generación admiramos en la personalidad de Domingo Medina la manera de enlazar aptitud y vocación, el haber aprendido el oficio de pintor en un medio adverso y al margen de la educación formal, que en la mayoría de los casos hace tabla rasa y ahoga la individualidad, esa disciplina de monje trapense para pintar todos los días, una paciencia de alquimista medieval a la hora de reinventar las técnicas, su militancia en un lenguaje plástico universal sin abandonar su humildad de hombre del campo y un poder de superación que lo catapultó desde la Sierra de Santa Cruz de Bucaral donde transcurrió su infancia, hasta la ciudad de Paris que lo vio convertirse en un pintor maduro y la actitud filantrópica de regresar a Coro para inventar una escuela de arte en un lugar donde no existían antecedentes. Ante la ausencia de profesores, con los cuatro primeros egresados Emilio Peniche, Chucho Ruiz, Roberto Chirinos y Julio Camacho, formo el cuerpo de docentes.


Contrariamente sus antiguos compañeros de aula, entre ellos Francisco Hung, Alirio Palacios, y Oswaldo Vigas, se dedicaron única y exclusivamente a sus propuestas individuales y fueron galardonados con el premio nacional de pintura y sus obras bien se cotizan en el mercado del arte. Medina sacrificó esta parte de su carrera, para formar a los más destacados pintores falconianos y esto hay que destacarlo, en medio de la resolana asumió la pedagogía como un apostolado, para bien de los estudiantes de arte que siempre tuvimos a mano una lección certera y las dos pinturas murales que el maestro elaboró en la Gobernación del Estado, las que siempre vimos como un docu¬mento legal de su maestría. Lenguaje a partir del cual traté de acercarme a esa obra mítica, pero sin llegar a conseguir los mismos resultados.


Debo confesar que aprendí mucho de él, y aún sigo admirando su habilidad de pintor abstracto, la sensualidad cromática de sus composiciones, su sentido monumental del espacio, sus estructuras sólidas y serenas, sus formas totémicas y sus texturas sombrías, cargadas de una íntima religiosidad. En medio de una soledad que sólo pertenece al creador, Domingo Medina, ya jubilado de sus labo¬res docentes, vuelve a tiempo completó con la pin¬tura. Hoy, gracias a la orientación del Crítico de Arte Oscar González Bogen, ha vuelto a retomar el lenguaje universal constructivista, esperando recobrar los pasos perdidos y el hilo de un discurso visual maravilloso.


LA PINTURA DE DOMINGO MEDINA

Lo primero que nos conmueve en la obra de Domingo Medina es el misterio del color, esa disposición sensorial, cargada de sensualismo y espiritualidad. En ella descubrimos referencias cromáticas animadas por un sentido religioso que devela el pensamiento mítico del pintor. Fenómeno que opera en la ordenación totémica de sus estructuras geométricas, donde se manifiesta la existencia de una actitud animista, doctrina según la cual, "todo objeto de la naturaleza oculta un espíritu invisible que lo gobierna", alimentada en la base de nuestras raíces prehispánícas y en las relaciones cosmogónicas de las antiguas culturas.

Basada en tos principios de la geometría sensible, la pintura de Medina está dominada por el sentido de la monumentalidad y un afán telúrico e iconográfico, cercano a la dimensión metafísica del hombre primitivo, como si en el subconsciente del artista la pintura fuese un pretexto para construir glandes altares, frisos y monumentos sagrados para un íntimo ritual.
Ciertas vibraciones del color generan sensaciones espaciales, acor¬des a la estructura constructiva y al principio de unidad, formas puras acentuadas por el encanto manual de la textura, donde la huella de la circunstancia libera la obra de la alienación tecnológica y de los pulimentados acabados industriales.


Movido por una intensa voluntad de construir, Medina fusiona a través del plano, la figura y el fondo, jerarquizando los valores plásticos, el plano actúa como enlace natural y vehículo de expresión que despoja a la obra de todo accesorio narrativo para quedarse con lo esencial.

Alejada del ordenamiento programado de la geometría esquemática, esta pintura sensorial, animista por naturaleza cuyas formas emergen como dioses oscuros, rescatados de la sombra por la modulación del color y la espacialidad intimista, rescata magistralmente la magia y el misterio de nuestros ancestros, sin caer en el abominable indigenismo cuyos defensores aprovechan irrespetuosamente los lenguajes aborígenes con ambiciones personalistas.

Para la creación de este "universo constructivo", Medina. Echa mano al carácter concreto de los muros y fortificaciones prehispánicas, al color saturado de nuestra artesanía popular, a la consciencia mítica que aún subsiste en nuestro mestizaje, a la religiosidad del inconsciente colectivo para establecer una relación entre el hombre, el cosmos y la naturaleza.

José Gotopo

EMILIO PENICHE O EL RETRATO PSICOLOGICO DE LA CIUDAD


Conocí a Emilio Peniche, a finales de 1979, una pasión común nos acerco para hacernos amigos, para aquel entonces yo era un imberbe estudiante de la escuela “Tito Salas” y el uno de los mas excepcionales pintores que he conocido.

La primera vez que alguien lo menciono frente a mí, fue el pintor y profesor Jesús “Chucho” Ruiz, más tarde con un tono de devoción, el pintor Domingo Medina fundador de la Escuela de Arte. Medina afirmaba que la primera promoción de egresados de la “Tito Salas”, escuela que funcionaba en el antiguo Ateneo de la calle Zamora, conformada por Julio Camacho, Chucho Ruiz, Roberto Chirinos y Emilio Peniche, en resumidas cuentas era un equipo prodigioso y razones no le bastaban, los cuatro artistas mencionados son el origen de la pintura moderna en nuestro estado, claro está Medina supo proyectar el espíritu de la modernidad entre sus alumnos.

Como era de esperarse los integrantes de la primera promoción se iniciaron como docentes en la escuela de arte, primero “Chucho”, luego Roberto y después Peniche. Lamentablemente Julio Camacho abandono prematuramente la pintura y se dedico a la carpintería, aun conservo en mi casa dos marcos hechos a mano por Camacho, los guardo celosamente como trofeos de guerra, yo fui con Domingo Medina, Alirio Sánchez y Emilio Peniche a su taller de la calle Vuelvan Caras, allí estaba con su rostro agreste y su mirada bucólica serruchando sus tablas, Peniche me lo presento pero no cruzo ninguna palabra conmigo, luego le pedí que me indicara como ir al baño, me indico y entre a su casa, yo solo quería ver sus pinturas y al fin me tope con dos de sus cuadros .

A pesar de los dieciséis años de mi ignorancia, los cuadros de Camacho me impresionaron, eran figurativos y tenían la virtud de estar inacabados, describían un dibujo seguro y contorneado, una pincelada temblorosa que construía el cuadro a base de empastes de factura expresionista.

Al volver a la carpintería le hable sobre sus pinturas y solo me respondió “son manchas”. Más nunca volvimos a vernos, años mas tarde me entere que había muerto de un infarto.

Cuales serian la razones para que Camacho abandonara la pintura, esta puede ser una; en un país centralista como el nuestro, las ciudades del interior son territorios agrestes para las artes y muy pocos sobreviven a la falta de estímulos, si no se vive de la pintura, esta se convierte en un hobby oneroso y solo los elegidos están dispuestos a pagar el costo de la vocación.

El primer pintor que conocí y el que me dio las primeras lecciones fue “Chucho Ruiz”, vivía a dos cuadras de mi casa en el barrio Cabudare frente al Bar de los Miquilenas, era bajo de estatura, la cabeza calva, una barriga descomunal y un sentido del humor a toda prueba. Pintaba vallas publicitarias durante el día y en la noche daba clases de pintura. Militaba en el partido comunista y su pintura de colores ácidos se basa en un discurso marxista donde los obreros son los protagonistas de sus composiciones, el tema político le da a sus obras un aire más literario que plástico, se consideraba un seguidor de los muralistas mexicanos, vislumbrado por todo el realismo social que estos exportaron a Latinoamérica.

De manera paradójica esto no era su fuerte, su mejor pintura son los bodegones, pintados sobre estructuras concretas y una genial austeridad, en este sentido continua la tradición de los pintores del circulo del Bellas Artes y de la escuela de Caracas, su discurso lo emparenta a Marcos Castillos, Cesar Prieto y Juan Vicente Fabbiani.

El profesor Chucho Ruiz fue el primer pintor falconiano que se atrevió a descomponer el bodegón a partir de formas geométricas, logrando unas composiciones semi-cubistas que lo convierten en el pionero de este género por estos confines. Su gran pasión por la gastronomía lo convirtió en un comensal desaforado, hasta que los excesos le produjeron una trombosis que lo dejo es silla de ruedas y fue recluido en un asilo para ancianos en el puerto de Cumarebo. Peniche y yo fuimos a visitarlo, era una colina bellísima desde donde se veía el mar caribe y los barcos que cruzaban la bahía rumbo a las antillas. Allí conversamos con Chucho pero ya no coordinaba del todo las cosas que decía, quise tomarle una fotografía pero Peniche me dijo que no valía la pena retratarlo tan deteriorado, esa fue la ultima vez que lo vi, tres meses después mi madre me llamo a Nueva York para decirme que había muerto, sentí mucha tristeza, de el asimile el gusto por pintar bodegones. Sobre “Chucho” escribí dos artículos pero en el trajinar de las mudanzas desaparecieron.

El otro artista, el más joven del equipo se llamaba Roberto Chirinos, era de un temperamento más alegre que el resto de sus colegas. En el año 1980, Roberto, Kike Rodríguez y yo improvisamos un grupo musical para tocar en la plaza San Clemente donde se reunían los pintores del grupo Tejas los domingos en la mañana, Roberto tocaba las maracas con cierto virtuosismo, conservo con mucho afecto una fotografía de esa época dorada de su existencia, el impartía clases en dos conocidos liceos de la ciudad y en la noche en la Escuela de Arte. Era un pintor postimpresionista, su fuerte era el color que iba administrando con un sentido poético, a base de puntos y pequeñas pinceladas hasta lograr una atmósfera de gamas análogas y antagónicas. Una constante en su pintura fueron los árboles desnudos, el suelo agrietado, el sol, los radiales concéntricos y los niños pregoneros. Roberto fue un poeta policromático, su pintura es mas sensibilidad que intelecto, construía el espacio a partir del color y de manera intuitiva, tomaba distancia de los puntillistas franceses porque su obra es mucho mas gestual y desenfadada; pero lamentablemente cayo en las garras de la falsa bohemia y el desarraigo, aquella imagen mítica del Paris de los años veinte y que Hemingway describe como eterna fiesta, se exporto a toda Hispanoamérica y muchos artistas murieron en los brazos del Dios Baco. Roberto lucho contra ese demonio, se interno en una institución preventiva, viajo con nosotros a México en una prueba de ascetismo que supero porque no acepto la copa de tequila, que yo le estaba brindando en la calle Tacuba del Zócalo de México.

Después regreso a Coro y emprendió una farra delirante que lo fue deteriorando hasta que un infarto lo sorprendió dormido, la ultima vez que lo vi le hacia un retrato al locutor Charles Arapé en la barra del Bar Garúa.

A todos estos pintores los conocí, pero mi mayor deuda como pintor es con el maestro Emilio Ramón Peniche, a quien homenajeamos en este día. Si algo une a Peniche al resto de los pintores antes mencionados es que fueron sus colegas de promoción y los cuatro sintieron afición por el hecho de pintar estampas con jóvenes vendedores de periódicos, pero los atributos que mencionare a continuación lo alejan de su grupo. Cabe destacar que Peniche nunca intento hacer una pintura literaria, panfletaria o de denuncia social.

Como todo buen artista el creo un mundo de imágenes, monocromas, austeras y silenciosas, una epistemología de la humildad o un retrato psicológico de la corianidad.

El concepto del blanco sobre el blanco, que aplico Reverón en sus paisajes del playón de Macuto, Peniche lo lleva hasta sus últimas consecuencias en una pintura figurativa que asume el temerario juego de dibujar desdibujando al personaje.


La pintura de Peniche no aspira complacer a nadie, ni al voraz mercado que aniquila artistas a diario, ni al dogma de las ideologías que también hace lo mismo. Como la buena pintura, la de Peniche se complace a si misma, ella solo pretende resolver los problemas propios de la plasticidad; la interacción figura – fondo, la claridad del diseño, la plasticidad de los empastes y las transparencias, la síntesis del dibujo y la austeridad del color, que le imprime un aire religioso a sus obras.

Los personajes que pueblan su discurso casi siempre son músicos, pregoneros, santeros, trovadores, cantores de salve, promeseros, rezanderas, mendigos, plazoleteros y su escena favorita “La Paradura del Niño y sus campanilleros”, todos imantados con un aire de inocencia y los ojos redondos como si en el fondo quisiera autorretratarse.

El impacto que nos produjo su pintura nos motivo a estar cerca y el pintor Alirio Sánchez y yo íbamos todas las mañanas a visitarlo en su hermosa casa colonial de la calle Zamora, donde nos recibía Olimpia Caldera, quien fue su tutora, reina de los carnavales de Coro en 1930, quien nos ofrendaba una taza de café con las exquisitas tortas que preparaba, luego pasábamos toda la mañana conversando con Peniche, hablaba poco, en un tono bajo y despacio, pero para nosotros era sustancial y suficiente, un día nos contó que en su juventud había ganado una beca para estudiar en Caracas pero no se acostumbro al ruido y la turbulencia e inmediatamente regreso a Coro.

Su pintura nos pareció tan poderosa que sin ningún tipo de apoyo oficial Alirio Sánchez y yo nos lanzamos a la aventura de organizar la única exposición retrospectiva que se ha hecho del maestro Peniche, durante seis meses trabajamos rastreando sus obras, nos movilizamos en un Chevrolet 54 que yo tenia y al que llamábamos cariñosamente “La Ballena Verde”. En el visitamos a los coleccionistas y los convencimos a que prestaran sus obras, el profesor Rafael Pérez Prospert es el mayor coleccionista de la obra de Peniche, fue muy amable con nosotros, luego diseñamos un catalogo, repartimos tarjetas, convocamos e inauguramos la exposición en la desaparecida sala “El Zaguán” que gerenciaba CORPOFALCON.

Eso fue hace 23 años, para aquel entonces escribí un ensayo unitario sobre su pintura, que fue publicado en un periódico local y cuyo borrador extravié en una borrachera con el poeta Olimpio Galicia.

La explotación petrolera separo irremediablemente a la ciudad de Coro del resto del país, y los corianos no hicimos nada para volver a conectarnos, la pintura que hicieron Domingo Medina y Emilio Peniche en la década de los 60 y 70, es de lo mas representativo del momento histórico nacional. Ah pero “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra”, los flamantes funcionarios de la cultura, los directores de los museos, los sacrosantos críticos de arte y curadores nunca pasaron por aquí a ver estos prodigios, por eso sus obras no aparecen en los textos de la historia de la pintura en Venezuela.

Habitamos una Sub-Venezuela, la que esta del otro lado de la cota- mil, pero aquí esta la obra y la historia que es infalible tarde o temprano la rescatara, porque no solo hemos padecido el desmesurado centralismo sino también el nepotismo local y su clan de caudillos dueños de las instituciones culturales y de su ejercito de lisonjeros, los mismo que le otorgaron grandes privilegios a la música sinfónica y relegaron a las artes plásticas a presupuestos ínfimos y arrinconaron a la Escuela de Artes Plásticas en casas semiderruidas hasta hacerla desaparecer casi por completo. Los que redactaron sus listas negras encabezadas por todo aquel que se atreviera a criticar el orden establecido, aquellos que se alarmaron cuando propuse en la inauguración del Museo de Arte de Coro, la posibilidad de que se mostrara la obra de los artistas falconianos. Los mismos que odian a los artistas locales que triunfan en diferentes lugares del mundo por el solo hecho de haber rebasado los limites de su asfixiante caja de cangrejos. Las pirañas de pecera, reyes absolutos de la condecoración anual, delincuentes disfrazados de artistas que abusaron de la bondad de Peniche para arrebatarle sus obras bajo el pretexto de ser mostradas en exposiciones donde los artistas eran utilizados con fines políticos por los arribistas.

Pero el agua corre bajo los puentes y muchos puentes de utilería se han caído, de no ser así no estuviéramos rindiendo este merecido homenaje al maestro que tanto nos ha enseñado, al de mística espiritualidad, al que pintó al hombre humilde transparentado en su ausencia, al que pobló sus lienzos de tenues veladuras acromáticas como los muros encalados de la ciudad solar, al pintor del silencio adormecido del mediodía y sus vibraciones, al amigo, al hermano, a Emilio Ramón Peniche, sea para ti el murmullo del aire entre los azahares del patio y el agua fresca de los tinajeros.


José Gotopo
Maracaibo, 07 de septiembre de 2006

La Pintura en Cuarentena, José Gotopo - Obra Reciente 2020

Amarillo Damasco con Bodegon y Mandolina   Acrilico sobre Lino  80 x 112 cm CDMX - 2020