“Yo
soy el cantante”
Todo sucedió demasiado
rápido, mi padre no quería porque mi hermano había muerto como un mendigo en
las calles de Brooklyn, entonces resulta que a los dieciséis años abandoné las
calles de Puerto Rico para buscar lo que no se me había perdido en la ciudad de
Nueva York, allí en el sur del Bronx la zona mas terrible del planeta, conocí a
mi más grande amigo del alma, un trombonista de quince años quien ya dirigía su
propia orquesta, con la cual probé suerte.
Willi asombrado por mi
timbre callejero me sometió a prueba con la orquesta de Jhonny Pacheco, al
terminar mi improvisación el quisqueyano, exclamo “eta es la voo eh”, Jerry
Masucci creyó que Pacheco había dicho “Lavoe” que es “la voz” en francés, de
ahí en adelante dejé de llamarme Héctor Pérez, para convertirme en Héctor Lavoe,
la voz más desenfadada de toda la historia de la salsa.
El ensayo bastó para
que iniciara la grabación con Willi, éramos unos novatos, las trompetas y los
trombones sonaron desafinados pero el disco pasó a la historia porque más tarde demostramos
ser “hacha y machete”, así que de la noche a la mañana dejé de ser un boricua
desempleado para convertirme en el triunfador de un genero musical nacido en
Latinoamérica, cuyos antecedentes están en el trío Matamoros y Beni Moré, género
al cual nosotros jóvenes antillanos residenciados en las partes mas podridas de
la gran manzana llevamos a su más grande sitial.
Un locutor Caraqueño: Fidias
Danilo Escalona, con su programa radial La Hora de la Salsa , se encargaría de darle nombre a esta
avalancha.
Con salsa
condimentamos la mejor música bailable que se ha producido en América Latina.
Finalizaban los sesenta y los éxitos nos esperaban por todos lados, comencé a
ganar mucho dinero gracias a mi cadencia de barrio, mi jerga malandra y mi
lenguaje esquinero. Era tanto el dinero que compre autos lujosos, trajes
extravagantes, anillos suntuosos y grandes cadenas de oro puro. Los autos los
destroce en tantas locas parrandas, las joyas hace algunos días tuve que
empeñarlas para pagar algunas deudas.
Pero no quiero hablar
de eso, yo soy el cantante, una voz líder que todos los radio escuchas de Nueva
York sintonizan en el programa de Polito Vega. Yo vivía dispuesto a hacer
bailar a cualquiera, razón por la cual Pacheco me llamo a formar filas entre
los generales de la salsa Las Estrellas de Fania. Un judío con dinero, Jerry
Masucci financiaba el gran proyecto con Pacheco a la cabeza. Allí comenzó
nuestra vida grande, nos convertimos en un clásico de la música universal,
actuamos en los grandes escenarios de todo el mundo, hicimos bailar a los cinco
continentes pero no podíamos ocultar el tiro en el ala que llevábamos casi todos.
En los paupérrimos barrios del Bronx
aprendimos a consumir drogas y a la larga nos convertimos en adictos, por eso
Masucci comenzó a explotarnos pagándonos sueldos miserables que despilfarramos inmediatamente
comprando estupefacientes para autodestruirnos.
Hoy recuerdo los días
gloriosos de Fania y lloro como un niño, todo al final es definitivamente
trágico, Fania se desintegra por tres grandes razones: Los que sucumbimos ante
el mundo de las drogas, la ausencia de una base ideológica que nutriera el movimiento,
los pagos miserables de Masucci haciendo honor a su origen.
Postrado en esta cama
reviso las carátulas de los veinticuatro discos de acetato con los cuales logre
que se desgastaran millones de zapatos en el planeta, como la gloriosa tarde de
1974, cuando hice bailar al inconmovible Fidel Castro en un parque de La Habana.
Claro yo soy el
cantante, el único que respira debajo del agua, el que de frente parece que
esta de lao y no le tengan miedo a la Jara , que si yo digo algo
fresco tendrán que llevarnos a todos presos.
Ah ya se, quieren oírme cantar, muchos me imaginan en la
tarima pero se equivocan, desde hace años estoy desmantelado afectivamente, y
eso que fui uno de los más grandes cantantes de salsa y no tengo un céntimo, la
droga me ha deteriorado, al igual que Maelo me siento perdido por completo.
Bien sé que Cheo
Feliciano pudo reponerse con la ayuda de su familia y del poeta Tite Curet, también
se que Ismael Miranda, Boby Cruz, Willi Colón, Peter Conde, Larry Arlows y Boby
Valentín, lograron zafarse de la droga refugiándose en el Todopoderoso, pero yo no he podido de ninguna forma, estoy
atado a lo terrible.
Aunado a eso me a
caído una mala suerte que nadie me la quita de encima, resulta que mi hijo a
sido asesinado accidentalmente por su mejor amigo, hecho del cual no he podido
reponerme. Y para completar la tragedia mi casa ardió en llamas y todo lo que
tenia quedo vuelto cenizas, estoy hecho un trapo, no tengo paz ni sosiego e
intentado suicidarme tres veces y he fallado, la ultima vez le entregue los
lentes a mi esposa y me lance de un séptimo piso con la esperanza de morirme,
pero sólo logre destrozarme la columna vertebral.
Estoy empezando a
creer que ya Dios no me quiere, estoy abandonado en un mundo donde nadie me
comprende. Aquí, se me van los días inmóviles, de vez en cuando un antiguo
amigo me visita y recordamos tiempos gloriosos, porque soy el cantante aunque
mi esposa no tenga dinero para pagar los gastos de hospitalización.
Entonces toda Latinoamérica
espero mi resurrección cuando mis antiguos amigos de Fania organizaron un
concierto en el stadium central de New Jersey para recabar los fondos de mi
asistencia médica.
Willi vino a buscarme,
en silla de ruedas entre al stadium, fui recibido por un aplauso
multitudinario.
Al subir a la tarima
me percate de que allí estaban todos los generales de la Fania esperándome, Pacheco
dio la entrada y sonaron los trombones de “Calle Luna, Calle Sol”, y el publico
excitado, ansioso, esperaba mi voz desenfadada, pero no pude cantar porque me
fui en un llanto interminable hasta que Celia me saco del stadium y el público
comenzó a gritar decepcionado.
Soy Héctor Lavoe, veo
nubes extrañas pasar frente a mis ojos, estoy cansado, joven de edad y anciano
de cuerpo, tan débil que ni siquiera me quedan fuerzas para suicidarme, fui
aclamado en mi época de estrella, poco visitado en mi lecho de enfermo. Se me
esta cayendo el pelo, estoy más flaco que una espátula, cada día soy menos, los
diarios en sus titulares no dejan de mencionarme, ojala Dios me reciba, tengo
unas ganas irresistibles de morirme y en estos momentos no sé si esto que me
queda se puede llamar vida, veo mares que se derrumban frente a mi cuerpo.
José Gotopo
29 de Junio de 1993
Condado de Queen, Nueva York
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