Comencé a bailar justamente cuando las Estrellas
de Fania se fueron en desbandada y la buena música se desparramó por toda
Latinoamérica. Quién no vibró al son de
los Generales de la Salsa ,
tendrá que rendir cuenta ante el tribunal de la alegría, sencillamente porque
“Fania All Stars” fue la reivindicación del barrio y la calle, el nacimiento de
la música popular urbana, desatando los demonios afrolatinos desde la ciudad de
Nueva York.
Nuestro continente hablaba con voz propia, la
descarga fue tan buena que aun no superamos semejante acontecimiento. Nos
duelen los pies y la nostalgia. A estas alturas del incipiente nuevo siglo las Estrellas
de Fania son el más digno repertorio de la música clásica caribeña, sus músicos
en escena constituyeron una revolución inigualable. Cada uno de ellos desde la
convulsionada “Gran Manzana”, saboreó el precio de la fama y la gloria, pero no
todos salieron ilesos de aquella fiesta turbulenta, las trampas del
reconocimiento, el esplendor y la opulencia también cobraron sus víctimas.
En el descenso sólo se salvaron algunos, los que
se armaron de filosofía y demostraron temple de acero.
Tiempo después el más destacado sobreviviente el
panameño Rubén Blades ha logrado mantenerse con una poesía de alto contenido
social y una actitud de denuncia frente a las circunstancias que agobian al
latinoamericano.
La muerte de “Fania”
dejó un gran vacío musical y nuestra tambaleante identidad cultural, abrió
puertas a cuanta cacharrera expresión foránea quería pernoctar en nuestros
predios, en gran parte esto se debía a ciertos despilfarros que sufrieron
nuestras economías, aunados al temor del imperio hacia la revolución cubana.
Por eso mi generación navegó idiotizada tras los
pasos de John Travolta, héroe efímero que después de veinte años de silencio,
el cineasta Quentin Tarantino lo rescato de la sombra con una de las películas
mas morbosas de la historia; Pulp
Fiction. También nuestras novias quedaron vislumbradas ante la oxigenada
cabellera de Olivia Newton John y su danza con nombre de crema humectante;
Vaselina.
Tuvimos que soportar dos generaciones de
quinceañeras en el éxtasis del suicidio colectivo ante los niños melenudos de
la década perdida El Grupo Menudo unos jovencitos bailando en el estilo de
Sandro y vestidos con telas metálicas como Robots, algo que parecía una burla a
los grupos ecologistas británicos.
Aquí paso de todo, bailamos de cabeza como un trompo con
chaquetas invernales. Hasta que por gracia de Dios apareció el ritmo preferido
del dictador Leonidas Trujillo “Chapita”. Haciendo mover el esqueleto a todo el
que lo escuchaba, nada más y nada menos que el merengue, ahí te va.
Aquel ritmo típico de la región del Cibao, -
donde nació y gano popularidad-se había extendido por toda República Dominicana,
en parte por que Trujillo utilizó a los conjuntos más populares en su campaña
política, él no concebía los mítines y las caravanas sin el merengue.
Luego entronizado en el poder financió a muchas
orquestas y pago una gira internacional a la orquesta de Damirón y su piano merengue (a este músico se le reconoce la inclusión del panbiche), también
contrató al percusionista cubano-catalán Xavier Cugat para que el ritmo dejara
de ser monótono, este le otorgó más libertad a los bongoes y a la tumbadora, un
notable paso en la evolución rítmica del merengue.
Yo era un niño cuando escuche a Damirón, pero
antes en las fiestas de mi barrio había escuchado a la Orquesta del Maestro
Billo Frómeta, en la voz del
maracucho Cheo García interpretando el merengue más famoso del mundo “Compadre Pedro Juan”, compuesto por
Luis Alberti en 1936.
De igual forma recuerdo la voz de Alberto Beltrán
con la Sonora
Matancera cantando “El negrito del Batey”, tema muy popular
en las rockolas de mi comarca.
Cuando los interpretes cantaban más tiesos que
una estatua, aparece el primer icono del merengue Joseito Mateo. Se dice que
este negro de voz prodigiosa fue el primero en bailar frente a una orquesta,
rompiendo todas las reglas, se convirtió en él intérprete más popular de su
época.
Pero cuando se creía que las grandes orquestas
eran irremplazables, surge Johnny Ventura a principios de los sesenta, para
trazar los nuevos designios del merengue: La cultura del Combo Show.
Johnny Ventura impuso de entrada un nuevo orden
tarifario, un nuevo formato para las orquestas, presentando nueve músicos que
bailaban y memorizaban partituras. Al frente estaban tres cantantes y
bailarines, guiados por él que rompían con las normas de la Big Band (músicos en
traje negro, sentados, leyendo partituras cotejadas en atriles, un cantante de
pie inmóvil que solía ejecutar la clave o las maracas).
Con el esquema del Combo Show los músicos quedan
en libertad de hacer alardes de destrezas o habilidades, ganando rápida
notoriedad por sus improvisaciones y espectáculo. La condición de excelentes
bailarines permitía al frente del combo ofertar el espectáculo coreográfico y
también enseñar al público cómo bailar el nuevo merengue: A cada tema se le
creaba el baile y los pasos que la gente debía hacer para bailar. Con Ventura
nace una tradición que aún se mantiene, la de crear bailes coreográficos en el
merengue.
Pero cuando se creía que Ventura era el líder
indiscutible del genero, con una popularidad internacional bien ganada por sus
éxitos, (vale recordar el tema “Te Digo ahorita” tarareada diariamente por mis
compañeros de clase del primer grado de primaria en el Grupo Escolar Carmen de
Tovar). Irrumpen con fuerza volcánica Felix
del Rosario y Los Magos del Ritmo.
Un patrón rítmico parecido al de Jhonny pero con mayor profundidad y fortaleza
sonora, nutriendo su lenguaje con elementos del Jazz, Rock y Bossa Nova.
Seguidamente un joven desconocido copó la escena
con una nueva propuesta musical, él hizo lo inesperado; captó la lección de
Jhonny Ventura y transformó el merengue, aligero el tiempo, este prodigio se
llama Wilfrido Vargas, autor de un merengue acompasado, más rápido que el
usual.
Influenciado por el Jazz y la música clásica Wilfrido
Vargas realizó el merengue musicalmente más complejo que hemos escuchado, pero
las letras de sus canciones siempre mostraron matices perversos, vocablos
grotescos, giros aberrantes. Wilfrido Vargas el músico dominicano, llamado por
la providencia a universalizar el merengue, el mismo que nos sorprendió en sus
inicios con temas como “El barbarazo”, “El
africano” y “El jardinero”, cayó en la erotomanía y el populismo
ramplón, en una acción publicitaria para despertar la lujuria, atropellando el
lenguaje en función de lo pegajoso, la frase con doble sentido. No obstante, a
su lamentable degeneración debemos agradecerle que fue uno de los artífices del
protagonismo del ritmo en un momento en que la música norteamericana era una
amenaza para el género.
Paralelamente en la década de los setenta otras
agrupaciones fuera de República Dominicana esporádicamente apostaron al
merengue, cabe destacar la orquesta de Jhonny Pacheco en la voz de Celia Cruz
con el tema “El Guavá”.
Oscar de León interpretó los temas “El cachumbambé” y “De frente Panamá”, la orquesta de Willie Colón en la
voz de Celia Cruz interpretó: “Pun, Pun, Catalú”, y la orquesta de Billo Frómeta
en la voz de Cheo García popularizo el tema emblemático de Cuco Valoy “El brujo”,
que fue aprovechado en la campaña publicitaria que le dio la victoria electoral
al doctor Luis Herrera Campins.
Todos estos temas fueron éxitos en su momento,
pero nada parecido al lanzamiento en Dominicana del ídolo juvenil más
carismático y popular de los años setenta: Fernandito Villalona. Surge con un estilo de matices
melódicos que no era usual en el merengue y una evidente peculiaridad en la
interpretación, que lo convierte en el mejor registro vocal de toda la historia
del género. Era la encarnación de una gama de elementos humanos y artísticos jamás vistos en otro interprete:
originalidad, alta calidad orquestal, atributos físicos, voz excepcional y una
lista interminable de conflictos de conducta, entre lo que destaca el consumo de drogas que más
tarde se convertiría en una sombra para su carrera.
No obstante Villalona le otorga jerarquía al
merengue, es quien eleva la cotización y por efecto el precio de las entradas a
los bailes. En los estudios de grabación se le conoció como “El descuartizador
de arreglos musicales” porque al final el arreglista desconocía su obra. Durante
las grabaciones creaba sonidos con tanto éxito que otras orquestas lo imitaban
con rapidez.
Su impronta quedo plasmada en la nueva forma de
tocar la guira, el piano y el trombón, donde logró un sonido melódico que no se
había escuchado antes.
En la historia del merengue Fernando Villalona
esta definido como el segundo fenómeno de popularidad después de Johnny Ventura.
Algo que había iniciado Villalona trasladando letras de la balada al merengue,
le permitió a Manuel Tejada surgir con un lenguaje provocador para los metales
e influencias melódicas del Funk, el Rock y el jazz. La música de Tejada
redescubría valores sonoros y estéticos que restituían el esplendor lírico de
la balada. Con un estilo de admirable singularidad recordamos sus éxitos “Colegiala” y “Que cara más bonita” y las voces excepcionales que
grabaron los coros: Mariela Mercado y Maridalia Hernández, quienes años más
tarde fundarían junto a Juan Luis Guerra el grupo 4.40.
Los procesos sociales y políticos de los años ochenta,
afectaron la música bailable, produciéndose la reformulación más dinámica en el
esquema del movido ritmo, revelando nuevos fenómenos de masa y abriendo nuevas
posibilidades de expansión para el género y su liderazgo en el exterior.
El merengue se regó como pólvora
por diferentes zonas del planeta, el boom fue de tal magnitud que muchos
músicos mediocres asumieron el arribismo para colocarse en la cresta de la ola,
haciendo del merengue un ritmo repetitivo y cansón, muchas veces grotesco y
aberrante, cuando Wilfrido comenzó a vislumbrar el descenso del merengue apostó a un
nuevo espectáculo, una orquesta de mujeres, semi vestidas, derramando
sensualidad, Las Chicas del Can, más ritmo que otra cosa, representaron la
novedad de ser merengue en versión femenina y eso las convirtió en un éxito de taquilla, al tiempo que la televisión
presentaba a una banda de afrodescendientes con los trajes del conde Drácula y
el pelo rociado de escarcha, era la agrupación de Bonny Cepeda adaptando una
canción popular italiana “Una
fotografía” para salvarse del anonimato.
Gracias a Dios la historia posee sus mecanismos
naturales para barrer todo lo que no posea consistencia, es interminable la
lista de agrupaciones que pasaron sin pena ni gloria y hoy solo poseemos un
vago recuerdo de lo que fueron. Podría mencionar a New York Band, La Patrulla 15, Leo Díaz, Miguel
Molly, Natusha, Roberto Antonio, Los Melódicos, Viviana, La máquina, Rica Arena
y pare usted de contar. A todos ellos la radio se encargo de ponerlos en primer
lugar de sintonía, ni aún así la memoria pudo preservarlos.
En este periodo de turbulencia, un cantante del
equipo de Tejada, se convertiría en estrella con su primer disco “La quiero a morir”, se trata de Sergio Vargas, una de las voces más bellas de la
historia del merengue. También los hijos de Felix del Rosario, Los hermanos
Rosario se consolidarían en una vertiente llamada Merengue Bomba, estilo en el
cual son lideres indiscutibles.
Para los años noventa Juan Luis Guerra encarna un
fenómeno de masas con un merengue redimido, destruyendo estereotipos que crean
una cultura musical nueva. Con formación en Berklee Music College de Boston,
produce un merengue convencional que encanta a las masas. Con Juan Luis Guerra
y su 4.40, el merengue deja de ser ritmo
y se convierte en música, en sublime poesía, él entendió que el merengue tenía
que ir más allá de ser exclusivamente un producto de venta para bailadores. 4.40.
vino a reivindicar el merengue orientándolo por diferentes vertientes que van
desde el compromiso social, la identidad cultural, la ecología, el folklore y
la poesía amorosa.
Su universo musical está poblado de literatura,
rock, jazz, canción política, nueva trova y la balada, fue la primera orquesta
de merengue dominicano en presentarse en el prestigio Carnegie Hall de Nueva
York, cuyos directores consideraban el merengue como un ritmo que no llegaba a
música.
Junto a las magistrales voces de Mariela Mercado
y Maridalia Hernández, Juan Luis sabe imprimir ese mensaje de esperanza a cada
canción, desde su segundo L.P. “Mudanza
y acarreo”, hemos venido disfrutando sus exquisitas interpretaciones, el
virtuosismo vocal, el inconfundible coro de octavas agudas, brillantes, esa
fusión magistral de ritmos caribes y africanos, el retorno a lo rural, el rescate
de los instrumentos autóctonos del merengue dominicano como el acordeón, el
cuatro, la tambora africana y la guitarra acústica.
Gracias a su pasantía por el Jazz J.L.G. sabe
combinar estos instrumentos con los de una orquesta moderna, generando una música
multidimensional, cargada de matices, donde los ritmos cubanos, portorriqueños,
haitianos, venezolanos y dominicanos se funden para definir la esencia de lo
que es 4.40.
Para nadie en un misterio que J.L.G, acusa una
marcada influencia del movimiento musical Nueva Trova, especialmente en el
desmesurado vuelo de la imaginación, el sentimiento profundo, la esencia
latinoamericana, y el erotismo bien tratado con metáforas.
También ha aprovechado la buena literatura,
seleccionando los mejores ingredientes como: el amor desclasado, el humor
político y la ironía que bien nos recuerda la poesía de nuestro querido “Chino” Valera Mora.
Por la belleza de sus letras debe ser J.L.G un
ferviente lector de la buena poesía, sabemos que antes de estudiar música fue
alumno de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma
de Santo Domingo. Entonces no es de extrañar que entre sus textos de cabecera
encontremos autores como: Pablo Neruda, Cesar Vallejo, José Martí, Federico
García Lorca, Miguel Hernández, Tite Curet Alonso, Nicolás Guillen, Edgardo
Rodríguez Julia y Pedro Mir entre
otros.
Me atrevo a plantear esto por la claridad
humanística y filantrópica de sus versos, los romances metafóricos, la voz
solariega que ilumina su poética provinciana, su poesía pastoril, la sonora manera
de exorcizar los espíritus yorubas, una poesía con olor a caña, a madera, a los
aromas de la tierra.
Todos estos elementos convierten a J.L.G en uno
de los máximos exponentes de la canción popular latinoamericana, el ha sabido
llegar a todos los estratos sociales sin proselitismo, sin eslogan, sin
panfletos, su única arma es la armonía musical y la poesía vibrante y exaltada.
Debe ser por eso que lo admiramos tanto.
Salvando las distancias, el sonido de Coco Band
tuvo cierta repercusión en la década de los noventa, pero pocos analistas del
espectáculo dieron juicios favorables a este estilo bufónico, con débil calidad
orquestal, aunque con melodía arrebatadora.
Ese merengue se conoció como el “Anonaito”, original de Kinito Méndez,
cantante de La Coco Band.
Por el concepto musical, el foco de su temática y el aspecto de sus
componentes, eran un vivo retrato de la sociología del barrio. La peculiaridad
de esta música se apreciaba en los arreglos corales únicos, de un extraño
sonido gutural, algo parecido al planteamiento final de Wilfrido Vargas.
Otro hecho que vale la pena resaltar es el debut
de Milly Quezada con Los Vecinos en
la escena Neoyorquina. A partir de su éxito “La guacherna”, Milly se convertiría en la reina
indiscutible del merengue. Hasta que unos diez años más tarde las
multinacionales del disco instaladas en la ciudad de Miami, se plantean
producir y vender un merengue interpretado por Puertorriqueños. Primero
Lanzaron a Elvis Crespo y le regalaron un premio Grammy, pero las pésimas
condiciones vocales del intérprete dejó el proyecto a mitad de camino.
El experimento cobró vida con la boricua Olga Tañón
que vino a arrebatarle la corona a Milly,
con una gracia y una sensualidad nunca antes vista en este genero. Olga Tañón ha
conquistado a las masas con su recia voz, sus atributos físicos, su
espectacular modo de bailar y su protagonismo en el ámbito de la farándula (su
divorcio con un pelotero de las grandes ligas la convirtió en noticia). Por la
alta calidad orquestal, la belleza en el coro de voces, la afinación y la
sincronización melódica, Olga Tañón es digna heredera de la tradición musical
fundada por Juan Luis guerra, quien tiene en ella y en Chichi Peralta los más
dignos alumnos.
Al merengue lírico hecho en el Caribe le salió su
contra partida, el merengue duro, ácido,
heavy, expuesto por la jerga vulgar callejera del alto Manhattan de Nueva
York. Se dice que en el alto Manhattan vive en mayor número de dominicanos
registrados en el planeta, esta ecuación sociológica produjo un nuevo sonido, una
suerte de remedio grotesco de los Merenrap, Merenhip y Merenhouse, que
anestesian a la juventud hispana. Unos y otros, inspirados en el áspero rapeo negro,
son ramales artificiales o electrónicos del mismo cuerpo melódico del merengue.
Derivados del progreso tecnológico de los
estudios de grabaciones hispanos de la ciudad de Nueva York, proponiéndose a la
juventud como la suprema innovación sonora de finales del siglo veinte, fue Proyecto
Uno el primer grupo en salir de un laboratorio musical, con insólita aceptación
social, luego otros jóvenes inspirados en propuestas similares como Sandy y
Papo, Los Ilegales y Oro Sólido entre otros, quienes han tenido la
suerte de ganar popularidad.
Hacer pronósticos sobre el devenir de la historia siempre es
temerario, hacia donde va el merengue, vaya usted a saber.
José Gotopo
Maracaibo, septiembre 2003
Maracaibo, septiembre 2003
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