Mis relaciones con la ciudad de Coro siempre han sido de amor y odio, cuando comienzo a odiarla me voy lejísimo, varias veces he cruzado el Caribe, pero siempre vuelvo al encantamiento de estas calles desoladas, porque la amo me creo con derecho a cuestionarla, a defenderla y abandonarla, no hablo del amor ciego de quien no puede ver el estado de tragedia que acecha al ser amado, hablo de un corazón que va más del vislumbramiento "de la vida parda y del sopor".
Nuestra ciudad cada día es agredida, su cuerpo muestra al descampado las brutales puñaladas, se desangra, aún así aspira ser declarada Patrimonio Cultural y Natural del Mundo, para que los franceses se apiaden de su cuerpo torturado porque nosotros no hemos podido hacer nada por ella, de eso "hablan sus grietas". La ciudad pare sus propios asesinos, ante la acción de los parricidas " el habitante baja la cabeza", todos los días se realizan de¬moliciones físicas y espirituales, la alienación de lo nuevo arrasa con fuerza demoledora hay un odio contra los tejados, somos una ciudad histórica pero carecemos de sentido histórico, la U.N.E.S.C.O debe actuar urgentemente, una casa del siglo XVIII ante los tractores mentales no vale nada, es más importante el terreno aunque la Gaceta Oficial diga que "toda demolición que se pretenda efectuar dentro de los límites de la zona histórica de Coro, no podrá realizarse sin la autorización escrita de la Junta..." quienes conforman la Junta Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico, no enfrentan al agresor y las autoridades no consultan a los especialistas y muestran un desconocimiento que desconcierta, a quien se le ocurre hacer unos cajones de concreto a veinte metros de la Cruz de San Clemente, si el interés del gobierno era contratar este arquitecto, que reconstruya el Puente Brooklin sobre la Represa el Isiro si quiere, pero que no se antoje del casco histórico, es lo único que nos queda.
Algunos corianos nos preguntamos hasta cuando van a atiborrar la ciudad de tiesas estatuas decadentes, todos sabemos que este genero en la escultura ya no tiene sentido y solo ha quedado para los cementerios y hay quienes se empeñan en hacer del centro de la ciudad un cementerio, un territorio para fantasmas, las hermosísimas casas de la calle Ampíes, Comercio y Bolívar fueron abandonadas por sus dueños en su mayoría mantuanos y judíos convertidos, estas ahora yacen en escombros o son depósitos de telas de los comerciantes árabes.
A diferencia del resto de las ciudades del mundo, el Centro esta desierto, un horrible edificio como un gran dinosaurio emerge con hálito de muerte, “no entiende, no hace caso”, la ciudad padece sus espadachines.
Un loco llamado Henry Millar decía “en Europa, hasta cuando una ciudad se moderniza, siguen existiendo vestigios del pasado, en América aunque hay vestigios se borran, desaparecen de la conciencia, quedan pisoteados, arrasados, anulados por lo nuevo. Lo nuevo es de un día para otro, una polilla que devora la trama de la vida…la destrucción es complemente aniquiladora. No hay renacimiento, solo un crecimiento canceroso; capa tras capa de tejido nuevo y ponzoñoso, cada una de ellas mas fea que la anterior”. Y no crean que estoy en contra de lo moderno me fascina el centro de Maniatan pero también me resulta encantadora la Habana vieja con sus intactas fortificaciones, es decir cada cosa debe estar en su lugar, por así nos sorprendió a todos el nuevo comedor popular de Coro con sus estructuras metálicas tardomodernas, a dos cuadras de la Zona Colonial, quien dio el visto bueno a este proyecto, hasta donde llega tanta ignorancia, se sabe que el Arquitecto Catalán Gaudi, contruyó el Parque Guell con los restos de las construcciones que allí existían, pero muchos años antes del comedor de Coro ya los asesinos de la historia no habían dejado nada allí por lo tanto todo vestigio con Grietas como fachadas es falso y cursi, lo mismo sucede con los micro-médanos de concreto a ochocientos metros de los verdaderos médanos, lo que falta es que este arquitecto reconstruya los jardines colgantes de Babilonia pero con flores de plástico y en el techo de la Catedral.
Pero al margen de las agresiones físicas, también están las demoliciones espirituales, nuestros archivos históricos pecan de formales, la cultura popular no se reseña, la nostalgia importa un pito, un ejemplo palpable es la demolición del edificio donde funcionó la Radio Coro Vieja, todos sabemos que este era símbolo de la Corianidad, allí nuestros padres vibraron al son de la alegría, Radio Coro era lo más parecido a la calle Broadway, esto de nada valió al contratista que demolió los buenos recuerdos, porque no hicieron allí una heladería o algo por el estilo o era más fácil echarlo abajo.
Ante la impotencia, la ciudad "se arrincona vencida ante la afrenta" es urgente que la UNESCO la defienda para que esta "asuma sus crónicas dispersas" y nuestros nietos miren con asombro la fotografía de Buchito Peña, Chive Mora y Adán Fornerino, donde los personajes que han marcado esta ciudad no se mueran con la muerte.
Entonces es necesario Hacerse unas preguntas para que los enemigos ciegos de la ciudad sepan que nosotros tenemos conciencia de la herida, sepan que la ciudad "extenuada se recite a la nomenclatura sosa", entonces quien tumbó el arco de la Federación, quien dejó morir de hambre a los Dromedarios traídos de Arabia Saudita, quien demolió la hermosísima Casa de bahareque que estaba detrás del "hijo de la noche" quien ordenó tumbar la pasarela que conectaba el edificio Santa Rosa con el Banco de Venezuela, quien tumbó el campanario que estaba detrás de la Iglesia San Clemente, quien sé acuerda de Adonay Duque, Diobis Rodríguez, Orlando Chirinos, Lida Franco, Tino Rodríguez, Enrique Arena, Virgilio Trómpiz, quienes creyeron que Alberto Henríquez nunca moriría y se cruzaron de brazos, quienes dejaron morir de sed al Bosque Los orumos y ahora claman por un nuevo Bosque, quienes compraron las horrorosas estatuas de Santiago Poletto, porque no se detuvo el saqueo al cementerio viejo, donde están los faroles viejos de la plaza Bolívar, porque nadie le mete la mano al Club Bolívar quien diseño el Edificio del Banco de Fomento sin tomar en cuenta el contexto urbano, quien demolió los dinosaurios de concretos de la plaza el tenis.
Dejo de preguntar y la ciudad "se retira en silencio con sus muertos".
El estallido del petróleo en Venezuela, liquidó las relaciones comerciales entre Coro y Las Antillas. Dejamos de ser el granero de Occidente y la ciudad comenzó a sufrir el abandono. La estridente fiesta del oro negro no nos tocó para nada, esto permitió que se mantuviera en pie, una gran cantidad de importantes construcciones arquitectónicas coloniales, aunado a esto perdimos conexión con el mundo y aprendimos a vivir aislados. Conservamos intacta la Casa, pero perdimos las formas orales del habla, la tradición musical trovadoresca, la ecología cotidiana de convivir con árboles y animales bajo un techo de cielo abierto. Perdimos el encanto natural de los urbanistas y arquitectos populares, el sentido estético de lo religioso. Perdimos los mitos sobrenaturales y las formas elegantes de la crónica coloquial. Hemos hablado demasiado de lo que conservamos, poco de lo que perdimos.
Lo que más nos enorgullece a los corianos, es la Zona Colonial y sus alrededores. La Zona Colonial es el estigma y nuestra mayor frustración, ella fue construida durante el ejercicio del gobierno monárquico español en Venezuela. La Zona Colonial como conjunto es el testigo insobornable de una sociedad poderosa con un alto sentido de la estética, un concepto urbanístico dominado por la armonía y una belleza hasta ahora insuperable.
Después de la Guerra de la Independencia no hemos podido instaurar un orden político legítimo, mucho menos darle continuidad a la tradición arquitectónica de Nueva España. Ni en la época republicana, ni en la democracia hemos podido construir un conjunto arquitectónico tan hermoso como la zona colonial. Esa es nuestra mayor frustración.
Ni iglesias, ni palacios, ni conventos, la democracia ha sido un monstruo megalómano que se expresa en una arquitectura pesada, como la burocracia misma. Muestra de ello es el Paredón Federal y su militarismo de plastilina, la ventana gigante con médano de concreto y las caballerizas del Paseo Alameda. La democracia obnubilada por el modelo de desarrollo norteamericano, ha creado sus propios infiernos: El barrio Cruz Verde y Las Tenerías. Reflejos miniaturizados del Sur de New York.
No obstante la Zona Colonial es un gigante limpio en la parte superior y podrido de la ro¬dilla para abajo. Estamos presenciando el desmoronamiento de sus extremidades inferiores, es decir las casas de barro abandonadas en la calle Ampíes, Bolívar y Comercio. Los hijos nobles de esta ciudad, ante la aparición del automóvil abandonaron sus hogares por in-funcionales. Ahora las casas yacen en ruinas, ni las alquilan, ni las restauran. Poco a poco se vienen abajo, contribuyendo a darle un aspecto lúgubre, fantasmal al centro de la ciudad. El centro es el corazón de la urbe, "lo grave es que la ciudad es reflejo de quienes la habitan, si nuestro retrato es ella, debe haber mucho de abandono en ella, debe haber mucho abandono en nosotros". La tranquilidad que permitió la conservación del caso histórico, también produjo un hombre indiferente, cabizbajo, lento y sigiloso.
Un hombre con el autoestima por el suelo, pasivo, temeroso ante el poder que lo aplasta, un hombre masa, nivelado, sin relieve personal, con miedo a expresarse, a opinar. Un hombre que cortó sus nexos con la historia y ahora carece de raíces, no conoce su pasado. Un hombre xenofógico a la inversa, olvida al que se va, pero le otorga poderes especiales al que llega.
La tranquilidad es nuestro mayor orgullo, pero la hemos pagado caro. Nuestra ciudad prácticamente no existe en el contexto nacional, tú revisas la cinemateca nacional, la galería nacional de arte, las librerías, la televisión, la prensa nacional y Coro no aparece ni para remedio, a no ser en los libros de arquitectura colonial, aún así todos los días susurramos" Coro es la mejor ciudad del mundo", aunque no tenemos conciencia del mundo.
Cuando un extranjero piensa en Coro, inmediatamente alude a una postal de la Zona Colonial. Ojala que después de la designación de Coro y La Vela Patrimonio cultural de la humanidad, el mundo tenga conciencia de la pintura constructiva de Domingo Medina, de los poemas de Rafael Álvarez, de las lecciones curativas de Mario Jacobo Pensó, de la bondad artística de Alberto Henríquez, del olfato paleontológico de Emiro Duran y J. M. Cruxent, del cuatro desenfadado de Ali Chirino Brett, del genio médico de Jaime Furzán, de la artesanía maravillosa de Isabel Urbina, de los dibujos caligráficos de Emiro Lobo, de las figuras taciturnas de Emilio Peniche, de la brillante intelectualidad de Ovidio Pérez Morales, de la cerámica sensual de Doris Alves, de la magistral forma de narrar de Orlando Chirinos, de la nocturnal trova de Miguel Camacho, de la actitud filantrópica de Pedro de Armas, del genio gráfico de Nicasio Duno, de la hermosa locura de Radio Pantano, de la amistad musical de Chive y Adán, de la mirada inquieta de Francisco Yegres, del ambiente bohemio de Wecho Ruiz y de la hospitalidad de toda esta gente silvestre e inocente.
En el justo momento que entendamos que patrimonio somos todos, ese día será la verdadera declaración.
Si el nombramiento de la UNESCO sirve además de salvar las construcciones coloniales, también para salvar a los habitantes del barrio las Tenerías, ayudándolos a integrarse a un mundo donde no sobre la belleza, yo estaré orgulloso de vivir en la ciudad patrimonio. Siempre y cuando volvamos a ser una poética del mundo, una dinámica donde el individuo no esté condenado a convertirse en masa, donde el misterio innombrable de la vida siga ejerciendo sus poderosas fuerzas ocultas.
Coro, 15 de junio de 1.992
Nuestra ciudad cada día es agredida, su cuerpo muestra al descampado las brutales puñaladas, se desangra, aún así aspira ser declarada Patrimonio Cultural y Natural del Mundo, para que los franceses se apiaden de su cuerpo torturado porque nosotros no hemos podido hacer nada por ella, de eso "hablan sus grietas". La ciudad pare sus propios asesinos, ante la acción de los parricidas " el habitante baja la cabeza", todos los días se realizan de¬moliciones físicas y espirituales, la alienación de lo nuevo arrasa con fuerza demoledora hay un odio contra los tejados, somos una ciudad histórica pero carecemos de sentido histórico, la U.N.E.S.C.O debe actuar urgentemente, una casa del siglo XVIII ante los tractores mentales no vale nada, es más importante el terreno aunque la Gaceta Oficial diga que "toda demolición que se pretenda efectuar dentro de los límites de la zona histórica de Coro, no podrá realizarse sin la autorización escrita de la Junta..." quienes conforman la Junta Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico, no enfrentan al agresor y las autoridades no consultan a los especialistas y muestran un desconocimiento que desconcierta, a quien se le ocurre hacer unos cajones de concreto a veinte metros de la Cruz de San Clemente, si el interés del gobierno era contratar este arquitecto, que reconstruya el Puente Brooklin sobre la Represa el Isiro si quiere, pero que no se antoje del casco histórico, es lo único que nos queda.
Algunos corianos nos preguntamos hasta cuando van a atiborrar la ciudad de tiesas estatuas decadentes, todos sabemos que este genero en la escultura ya no tiene sentido y solo ha quedado para los cementerios y hay quienes se empeñan en hacer del centro de la ciudad un cementerio, un territorio para fantasmas, las hermosísimas casas de la calle Ampíes, Comercio y Bolívar fueron abandonadas por sus dueños en su mayoría mantuanos y judíos convertidos, estas ahora yacen en escombros o son depósitos de telas de los comerciantes árabes.
A diferencia del resto de las ciudades del mundo, el Centro esta desierto, un horrible edificio como un gran dinosaurio emerge con hálito de muerte, “no entiende, no hace caso”, la ciudad padece sus espadachines.
Un loco llamado Henry Millar decía “en Europa, hasta cuando una ciudad se moderniza, siguen existiendo vestigios del pasado, en América aunque hay vestigios se borran, desaparecen de la conciencia, quedan pisoteados, arrasados, anulados por lo nuevo. Lo nuevo es de un día para otro, una polilla que devora la trama de la vida…la destrucción es complemente aniquiladora. No hay renacimiento, solo un crecimiento canceroso; capa tras capa de tejido nuevo y ponzoñoso, cada una de ellas mas fea que la anterior”. Y no crean que estoy en contra de lo moderno me fascina el centro de Maniatan pero también me resulta encantadora la Habana vieja con sus intactas fortificaciones, es decir cada cosa debe estar en su lugar, por así nos sorprendió a todos el nuevo comedor popular de Coro con sus estructuras metálicas tardomodernas, a dos cuadras de la Zona Colonial, quien dio el visto bueno a este proyecto, hasta donde llega tanta ignorancia, se sabe que el Arquitecto Catalán Gaudi, contruyó el Parque Guell con los restos de las construcciones que allí existían, pero muchos años antes del comedor de Coro ya los asesinos de la historia no habían dejado nada allí por lo tanto todo vestigio con Grietas como fachadas es falso y cursi, lo mismo sucede con los micro-médanos de concreto a ochocientos metros de los verdaderos médanos, lo que falta es que este arquitecto reconstruya los jardines colgantes de Babilonia pero con flores de plástico y en el techo de la Catedral.
Pero al margen de las agresiones físicas, también están las demoliciones espirituales, nuestros archivos históricos pecan de formales, la cultura popular no se reseña, la nostalgia importa un pito, un ejemplo palpable es la demolición del edificio donde funcionó la Radio Coro Vieja, todos sabemos que este era símbolo de la Corianidad, allí nuestros padres vibraron al son de la alegría, Radio Coro era lo más parecido a la calle Broadway, esto de nada valió al contratista que demolió los buenos recuerdos, porque no hicieron allí una heladería o algo por el estilo o era más fácil echarlo abajo.
Ante la impotencia, la ciudad "se arrincona vencida ante la afrenta" es urgente que la UNESCO la defienda para que esta "asuma sus crónicas dispersas" y nuestros nietos miren con asombro la fotografía de Buchito Peña, Chive Mora y Adán Fornerino, donde los personajes que han marcado esta ciudad no se mueran con la muerte.
Entonces es necesario Hacerse unas preguntas para que los enemigos ciegos de la ciudad sepan que nosotros tenemos conciencia de la herida, sepan que la ciudad "extenuada se recite a la nomenclatura sosa", entonces quien tumbó el arco de la Federación, quien dejó morir de hambre a los Dromedarios traídos de Arabia Saudita, quien demolió la hermosísima Casa de bahareque que estaba detrás del "hijo de la noche" quien ordenó tumbar la pasarela que conectaba el edificio Santa Rosa con el Banco de Venezuela, quien tumbó el campanario que estaba detrás de la Iglesia San Clemente, quien sé acuerda de Adonay Duque, Diobis Rodríguez, Orlando Chirinos, Lida Franco, Tino Rodríguez, Enrique Arena, Virgilio Trómpiz, quienes creyeron que Alberto Henríquez nunca moriría y se cruzaron de brazos, quienes dejaron morir de sed al Bosque Los orumos y ahora claman por un nuevo Bosque, quienes compraron las horrorosas estatuas de Santiago Poletto, porque no se detuvo el saqueo al cementerio viejo, donde están los faroles viejos de la plaza Bolívar, porque nadie le mete la mano al Club Bolívar quien diseño el Edificio del Banco de Fomento sin tomar en cuenta el contexto urbano, quien demolió los dinosaurios de concretos de la plaza el tenis.
Dejo de preguntar y la ciudad "se retira en silencio con sus muertos".
El estallido del petróleo en Venezuela, liquidó las relaciones comerciales entre Coro y Las Antillas. Dejamos de ser el granero de Occidente y la ciudad comenzó a sufrir el abandono. La estridente fiesta del oro negro no nos tocó para nada, esto permitió que se mantuviera en pie, una gran cantidad de importantes construcciones arquitectónicas coloniales, aunado a esto perdimos conexión con el mundo y aprendimos a vivir aislados. Conservamos intacta la Casa, pero perdimos las formas orales del habla, la tradición musical trovadoresca, la ecología cotidiana de convivir con árboles y animales bajo un techo de cielo abierto. Perdimos el encanto natural de los urbanistas y arquitectos populares, el sentido estético de lo religioso. Perdimos los mitos sobrenaturales y las formas elegantes de la crónica coloquial. Hemos hablado demasiado de lo que conservamos, poco de lo que perdimos.
Lo que más nos enorgullece a los corianos, es la Zona Colonial y sus alrededores. La Zona Colonial es el estigma y nuestra mayor frustración, ella fue construida durante el ejercicio del gobierno monárquico español en Venezuela. La Zona Colonial como conjunto es el testigo insobornable de una sociedad poderosa con un alto sentido de la estética, un concepto urbanístico dominado por la armonía y una belleza hasta ahora insuperable.
Después de la Guerra de la Independencia no hemos podido instaurar un orden político legítimo, mucho menos darle continuidad a la tradición arquitectónica de Nueva España. Ni en la época republicana, ni en la democracia hemos podido construir un conjunto arquitectónico tan hermoso como la zona colonial. Esa es nuestra mayor frustración.
Ni iglesias, ni palacios, ni conventos, la democracia ha sido un monstruo megalómano que se expresa en una arquitectura pesada, como la burocracia misma. Muestra de ello es el Paredón Federal y su militarismo de plastilina, la ventana gigante con médano de concreto y las caballerizas del Paseo Alameda. La democracia obnubilada por el modelo de desarrollo norteamericano, ha creado sus propios infiernos: El barrio Cruz Verde y Las Tenerías. Reflejos miniaturizados del Sur de New York.
No obstante la Zona Colonial es un gigante limpio en la parte superior y podrido de la ro¬dilla para abajo. Estamos presenciando el desmoronamiento de sus extremidades inferiores, es decir las casas de barro abandonadas en la calle Ampíes, Bolívar y Comercio. Los hijos nobles de esta ciudad, ante la aparición del automóvil abandonaron sus hogares por in-funcionales. Ahora las casas yacen en ruinas, ni las alquilan, ni las restauran. Poco a poco se vienen abajo, contribuyendo a darle un aspecto lúgubre, fantasmal al centro de la ciudad. El centro es el corazón de la urbe, "lo grave es que la ciudad es reflejo de quienes la habitan, si nuestro retrato es ella, debe haber mucho de abandono en ella, debe haber mucho abandono en nosotros". La tranquilidad que permitió la conservación del caso histórico, también produjo un hombre indiferente, cabizbajo, lento y sigiloso.
Un hombre con el autoestima por el suelo, pasivo, temeroso ante el poder que lo aplasta, un hombre masa, nivelado, sin relieve personal, con miedo a expresarse, a opinar. Un hombre que cortó sus nexos con la historia y ahora carece de raíces, no conoce su pasado. Un hombre xenofógico a la inversa, olvida al que se va, pero le otorga poderes especiales al que llega.
La tranquilidad es nuestro mayor orgullo, pero la hemos pagado caro. Nuestra ciudad prácticamente no existe en el contexto nacional, tú revisas la cinemateca nacional, la galería nacional de arte, las librerías, la televisión, la prensa nacional y Coro no aparece ni para remedio, a no ser en los libros de arquitectura colonial, aún así todos los días susurramos" Coro es la mejor ciudad del mundo", aunque no tenemos conciencia del mundo.
Cuando un extranjero piensa en Coro, inmediatamente alude a una postal de la Zona Colonial. Ojala que después de la designación de Coro y La Vela Patrimonio cultural de la humanidad, el mundo tenga conciencia de la pintura constructiva de Domingo Medina, de los poemas de Rafael Álvarez, de las lecciones curativas de Mario Jacobo Pensó, de la bondad artística de Alberto Henríquez, del olfato paleontológico de Emiro Duran y J. M. Cruxent, del cuatro desenfadado de Ali Chirino Brett, del genio médico de Jaime Furzán, de la artesanía maravillosa de Isabel Urbina, de los dibujos caligráficos de Emiro Lobo, de las figuras taciturnas de Emilio Peniche, de la brillante intelectualidad de Ovidio Pérez Morales, de la cerámica sensual de Doris Alves, de la magistral forma de narrar de Orlando Chirinos, de la nocturnal trova de Miguel Camacho, de la actitud filantrópica de Pedro de Armas, del genio gráfico de Nicasio Duno, de la hermosa locura de Radio Pantano, de la amistad musical de Chive y Adán, de la mirada inquieta de Francisco Yegres, del ambiente bohemio de Wecho Ruiz y de la hospitalidad de toda esta gente silvestre e inocente.
En el justo momento que entendamos que patrimonio somos todos, ese día será la verdadera declaración.
Si el nombramiento de la UNESCO sirve además de salvar las construcciones coloniales, también para salvar a los habitantes del barrio las Tenerías, ayudándolos a integrarse a un mundo donde no sobre la belleza, yo estaré orgulloso de vivir en la ciudad patrimonio. Siempre y cuando volvamos a ser una poética del mundo, una dinámica donde el individuo no esté condenado a convertirse en masa, donde el misterio innombrable de la vida siga ejerciendo sus poderosas fuerzas ocultas.
Coro, 15 de junio de 1.992
José Gotopo
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